BURGOS / Novela
El topo sale del escondite
Fernando Ortega recrea los tres años que Eduardo Calderón pasó oculto en la Guerra Civil en ‘Mariposas blancas en un cielo azul’
Fernando Ortega Barriuso no está seguro de qué buhardilla fue la que sirvió de refugio a Eduardo Calderón. Sabe que daba al Arco de Santa María, que desde allí oía las campanas de la Catedral y sentía el runrún de la guerra civil que le había obligado a permanecer tres años escondido. El escritor burgalés no ha necesitado llegar a ese detalle para recrear la vida de este militante socialista entre el 20 de julio de 1936, que se refugió en la casa vacía de unos familiares para escapar de la persecución de los militares sublevados, y el 28 de junio de 1939, cuando la abandonó aprovechando el bullicio de la verbena de San Pedro, en la novela Mariposas blancas en un cielo azul (Editorial Dossoles), que presenta el lunes en la Biblioteca Pública (20 horas) en compañía del editor, Fernando Arnaiz, y de Daniel de la Iglesia, parlamentario socialista y traductor burgalés.
Precisamente fue él quien le presentó a Eduardo Calderón. Era ya un hombre mayor, rondaría los noventa años, y apenas podía mantener la conversación que a Ortega le hubiera gustado incluir en su libro Burgos, la ciudad vivida. Pero el personaje y su historia quedó latente en su memoria. Muchos años después, la película Buried (Enterrado), de Rodrigo Cortés, le trajo los recuerdos de aquel socialista histórico y un día decidió novelar su vida, que no escribir su biografía.
«Me limito a fantasear sobre lo que pudo sentir, suponer y pensar durante los tres años que estuvo encerrado en la buhardilla», apunta y añade que a partir de cuatro datos reales ha ficcionado su mundo, incluido el más íntimo, el que necesariamente desarrolla en su refugio, y al mismo tiempo elabora un friso de la ciudad en aquellos años bélicos.
Sabía que le gustaba leer, jugar al ajedrez, que había sido barbero, que era socialista, que solía acudir a la Casa del Pueblo y al Ateneo...
De estos datos se vale para tejer un relato en el que la ficción duerme sobre una importante base documental. Todo lo que ocurre es verosímil. «Como se decía en las antiguas películas, es una novela basada en hechos reales».
Uno de los ejercicios más íntimos a los que se ha enfrentado el escritor es meterse en la mente de Calderón y volcar qué sentía durante el tiempo que estuvo en su escondite. «Creo que sería una mezcla de diversas cosas como soledad, miedo, angustia, porque, además, físicamente era una persona muy débil, muy bajito y delgadito, y me imagino que por mucha capacidad moral que tuviera, se derrumbaría al saber que la guerra avanzaba, que las bombas siguen cayendo, al enterarse del fusilamiento de algunos de sus compañeros y de las detenciones de otros... Son mil días de cautiverio. No puedes estar día y noche angustiado y es necesario tener fantasías positivas, incluso eróticas, y tirar de los recuerdos de la infancia en el pueblo, que le ayudan a aguantar, y también a repasar lo vivido en los 30 años que tenía», resume.
A partir de esos recuerdos y de las noticias que le trae su hermana, su único hilo con la realidad, Ortega dibuja un friso de la ciudad en aquellos años tanto de la contienda como los previos. Burgos es el otro gran protagonista.
Su trabajo real como barbero en la peluquería del señor Elvira, relacionado con los círculos católicos, o que su hermana viviera en la Casa del Botero, junto al cuartel de Falange, permiten al autor adentrarse en la ciudad más tradicional y en la sublevada sin levantar sospechas. Tampoco desentona en los encuentros de Calderón con Bergamín, que frecuentaba como él el Ateneo, o con María Teresa León y Antonio José, que se movían en los círculos culturales de aquellos años treinta.
La novela concluye con la salida del topo del escondite. Las mariposas blancas que anuncian la llegada del verano le empujan a la calle y San Pedro alienta su (casi) libertad.
Pero la vida de Calderón, que se murió nonagenario, siguió siendo apasionante. Pasó diez años más oculto en casa de su hermana, donde escuchaba emisoras extranjeras y realizaba un boletín que llegaba al penal, hasta que en 1946 se exilió a París. Treinta años después regresó a su ciudad, donde mantuvo su militancia socialista.
Su retrato se completa en el epílogo, donde Ortega elige como álter ego a otro personaje de la historia burgalesa, el periodista Felipe Fuente Fuyma. Su aliado en este debut en la novela en el que tanto ha disfrutado.