«‘Artesa’ fue un espacio de libertad en la noche negra del franquismo»
Gustavo Martín Garzo comparte sus recuerdos personales de esta revista, la primera en la que publicó, y su valor en la historia de la literatura junto al que fue su subdirector, Luis Conde
Gustavo Martín Garzo afirma que prefiere no acordarse de esos poema que publicó en Artesa, pero sí se pone pelo y se lima arrugas para hablar con ilusión juvenil de aquella primera oportunidad de publicar que le brindó esta revista que a la postre se convertiría en un referente de las vanguardias.
«Coincidí con Jesús Barriuso en la mili, empieza uno a hablar de sus aficiones, de sus gustos, nos reconocemos como grandes lectores, amantes de la literatura, de la poesía en particular, y en un momento determinado confesamos que hemos hecho nuestros pinitos, nos enseñamos lo escrito y él me dice que va a encontrar un lugar donde me publicarán esos poemas. Yo encantado de la vida», cuenta el escritor vallisoletano tras saludar efusivamente a ese joven cadete burgalés y al lado de Luis Conde, director de Espiral, revista burgalesa coetánea a Artesa con la que acabó fundiéndose y de la que sería subdirector.
Ambos recordaron estos momentos minutos después en una charla en el Palacio de la Isla, la primera de un ciclo dedicado a Artesa, con Antonio Bouza, guardián de la memoria de la revista, y el director del Instituto de la Lengua, Gonzalo Santonja, como maestros de ceremonias.
Con el paso del tiempo, Martín Garzo se felicita por este bautismo en una publicación «que luego ha sido tan importante en esa época tan dura del franquismo, en esa noche negra interminable». «Hasta en las épocas más oscuras y difíciles hay un grupo de gente que crea un espacio de libertad, donde la imaginación, la apuesta por lo nuevo y lo inesperado se celebre y esto sucedió en esta ciudad», continúa y destaca que además de publicar grandes textos y contar con buenos escritores «conectaba con algo impensable en esos momentos como era la vanguardia, era una revista audaz que entendía la poesía como riesgo, como aventura».
Las canas se pinta Luis Conde para recordar a aquel joven que emocionado puso en marcha Espiral, que se «hibridaría» luego con Artesa. Aunque hace tiempo que su camino vital se desvió de la literatura «y la distancia es el olvido», aún valora aquella aventura. Para él la clave de su relevancia está en el descubrimiento que hizo de una nueva forma de expresión.
«Se adelantó a su época. Hasta ese momento era impensable que una poesía se pudiera definir al margen del verso, de la rima, la métrica y el ritmo y se pudiera representar con un papel roto o una letra partida», reflexiona antes de colarse en la máquina del tiempo en la que ayer se convirtió el Palacio de la Isla.