Exposición en el Monasterio de San Juan
Pinceladas para una ciudad de ‘Luces y sombras’
Pablo Labrado se regodea en Burgos, de día y de noche, y por primera vez toca la provincia
Las agujas de la Catedral una tarde de nieve desde el puente Gasset, la Cartuja de Miraflores recortada en el cielo en su típica postal, otoño incipiente a orillas del Arlanzón y avanzado en el camino de San Zoles, la calle Sombrerería iluminada por el reflejo de la luna, Plaza Mayor crepuscular y nívea...
Pablo Labrado aborda su ciudad desde un amplio abanico de perspectivas en Luces y sombras, la exposición con la que vuelve al Monasterio de San Juan, hasta el 13 de marzo, y en la que Burgos interpreta el papel principal. No el único. Se asoman, por primera vez, tímidas vistas de la provincia, Cavia, Pineda de la Sierra, Cueva de Juarros..., y se cuelan casi sin querer algunas escenas de Oporto y París.
«Soy un enamorado totalmente de mi ciudad y cada día más, sobre todo de la Catedral. Cuanto más la hago más me gusta», confiesa el autor sobre esta muestra que refleja al Pablo Labrado de siempre, al que se mueve con paso firme en la figuración sin salirse de ella en ningún momento, aunque sí se desmelena en el uso de distintas técnicas como acrílico, óleo y acuarela.
Se deja arrastrar igualmente por los cantos de sirena del blanco y negro -«es una de las debilidades de toda mi vida»- e incluye en la exposición varias piezas con resaltados en rojo, como la chica de espaldas mojándose en el mar que ya se ha convertido en una marca indeleble en su trayectoria.
El pintor llama la atención sobre la serie que cierra Luces y sombras y que, en un tono sepia, se acerca a la temática social, a los sintecho que duermen al raso, al joven desahuciado que rebusca en las papeleras, al vagabundo que pide limosna... Escenas que también forman parte de esa ciudad a la que ama y que volverá a colgar de las paredes, en esta ocasión del Consulado del Mar, en diciembre.