Exposición
Venancio Blanco y la belleza
Diez obras de distintas épocas y temáticas del artista salmantino se funden con Atapuerca. Hasta el 30 de junio
Venancio Blanco, recién llegado de Atapuerca y a escasos metros de los fósiles de sus primeros pobladores, confiesa sentirse como uno de aquellos primeros hombres «que nos dejaron las mejores lecciones». El artista salmantino, con sus 93 años en las alforjas, se funde en el camino de estos homínidos a través de su obra en la exposición Diálogos en el espacio: bronce y fuego, una colección de diez esculturas que, hasta el 30 de junio, ocupan el Museo de la Evolución Humana (MEH), el Centro de Acceso a las Yacimientos en Ibeas de Juarros (Cayac) y el Centro de Arqueología Experimental de Atapuerca (Carex).«En Atapuerca he sentido una naturaleza diferente a la que me enseñaron. Me hace mucha ilusión que mi obra esté en ese lugar donde comenzó la historia de la imaginación, la necesidad del hombre por crear belleza», señala el escultor. «Hoy me siento un poco de aquel momento. No abandono nunca la búsqueda de la belleza en lo que hago, la belleza de la naturaleza donde estos hombres vivieron es una maravilla», añade Blanco ante la mirada de su hijo Francisco, el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, la consejera de Cultura, Josefa García Cirac, el director y el gerente del MEH, Juan Luis Arsuaga y Alejandro Sarmiento, el copresidente de la Fundación Atapuerca, Antonio Méndez Pozo, o el delegado territorial de la Junta, Baudilio Fernández Mardomingo.Esa aventura en busca de la belleza se traduce aquí en una colección de bronces de distintas épocas y temáticas que dialogan con el legado de esos antepasados. Lo hace Cisne (1969) en la inmensidad de la entrada. Más íntima y sutil se atisba la relación que mantienen en la primera planta Pastor (1987) -«Siempre me llamó la atención la naturaleza. Tanto el Vaquero charro como el Pastor han sido figuras con las que he compartido momentos muy agradables», escribe el autor-, Comunicación (1969) -un tú a tú entre la televisión y la radio que se expone por primera vez tras su adquisición hace dos años en una subasta- y Bailaora romana (1996) -surgida de la necesidad del escultor de reencontrarse con sus raíces tras vivir cuatro años en Roma-. Reposo (1975), en la planta -1, redondea la muestra en el MEH.El recorrido se completa en Ibeas, con otro Cisne (1969), Torero (1962) y Toro (1974), y en Atapuerca, con San Francisco de Asís (1977) y Música barroca (2000), ejemplos, respectivamente, de la temática religiosa, tan presente en su producción, y de su incursión abstracta.Insta Venancio Blanco a tomar nota del legado de aquellos primeros hombres, se felicita por haber vivido lo suficiente para asistir a ese momento y siente hacerse mayor y «tener que marchar a buscar otros espacios». Un lugar en la eternidad que, en la inmensidad del MEH, él imagina con «árboles, por supuesto, color, luz, mucha luz».«Hoy Venancio Blanco ha vivido como aquellos primeros hombres. Quien conoce Altamira no puede dudar de que la belleza del arte está junto a las necesidades del hombre», defiende este pertinaz y confeso buscador de belleza.