Literatura
La hipótesis factible de lo que pudo ser
‘Burgox’ es la «ciudad multiplicada» donde Jesús Toledano desarrolla una trepidante ficción histórica que se nutre de misterio, romanticismo y crítica sociopolítica. Las tramas confluyen en 1997, cuando todo empezaba a cambiar
Las musas de Jesús Toledano, que no son pocas, deambulan bien a gusto por la tierra que le vio nacer. A menudo se pregunta el escritor por el «futuro» de su amada urbe. Lo ve con optimismo pese a «los tropiezos y las zancadillas que a veces nos ponen». Ahora bien, ¿qué perspectivas tendría hoy Burgos si hubiese ostentado la capitalidad de Castilla y León, acogido la Fasa Renault y superado los 658.000 habitantes en 1997? Quién sabe. Lo único que está claro es que nos encontraríamos ante una ciudad al cubo en todos los sentidos.
En su última novela, Toledano parte de esta «trivalente» hipótesis para describir con todo lujo de detalles el ‘Burgox’ que pudo ser. En esa «ciudad multiplicada», la «incógnita policial» y el «erotismo» convergen con intrepidez hasta despejar la equis de una ecuación envuelta en múltiples interrogantes paralelos. Si algo buscaba el autor desde el principio era crear un relato «transversal a varios géneros». Y vaya si lo consigue. La intriga creciente y la lascivia sugerida -«hacer evidente lo sexual es muy fácil»- conviven en perfecta armonía con el fantasmagórico romanticismo que emana de las brumas de Gustavo Adolfo Bécquer o los versos de Edgar Allan Poe. De hecho, Toledano se permite un «préstamo literario» del genio estadounidense para rendir homenaje a uno de sus poemas más aplaudidos: ‘El Cuervo’.
El escenario encandila a cualquier lector y sorprende sobremanera al burgalés de pro. El Camino de Santiago y el Río Arlanzón siguen configurando el desarrollo, a lo largo, de una ciudad que se extiende hasta Cavia y Nueva Rubena e incluso más allá. Tanto ha crecido la capital regional -sexta en población de España- que se antoja necesaria la construcción de un metro. He aquí otra jugosa subtrama a partir de una infraestructura que el escritor ve factible. No en vano, la extensión territorial subyace de sus consultas previas con geógrafos y arquitectos que también se preguntan cómo hubiese sido esa urbe multiplicada.«El libro juega con un matiz histórico que no está demostrado», precisa Toledano para que nadie se tome la novela como una premisa incuestionable si se hubiesen dado las condiciones idóneas.
La ficción impera en todo momento, aunque no oculta la influencia de ciertas «conversaciones coloquiales» con unos cuantos paisanos convencidos de que el arzobispo Luciano Pérez Platero (miembro del Consejo de Estado en la España franquista) frustró la expansión industrial y territorial de Burgos porque «creía que la ciudad se iba a llenar de obreros y de putas». Sea como fuere, insiste en que dicha hipótesis no ha podido acreditarse. Ni siquiera los máximos conocedores de la Guerra Civil en la provincia se atreven a afirmar con rotundidad que ese fue su parecer, aunque se baraja la posibilidad de que el religioso se explayase estos términos en un «ámbito muy íntimo». De lo que no tiene duda alguna el escritor es de que Burgos podría haber alcanzado un tamaño similar al de Zaragoza en caso de lograr la capitalidad autonómica en 1983 y abrir sus puertas a la Fasa.
Pasión por el contraste
El ‘Burgox’ que Toledano dibuja a finales de la década de los 90 refleja un «momento clave» para el desarrollo de las comunicaciones. Internet es una tecnología incipiente y prácticamente desconocida que convive con los primeros teléfonos móviles. En el ámbito policial, apunta el autor, se produce un antes y un después en el «modelo de investigación». Ya es posible «registrar llamadas» y las pruebas de ADN son cada vez más precisas.
Los tiempos están cambiando y muchas profesiones empiezan a desaparecer. Es el caso de los cobradores de autobuses urbanos, punto de partida -y guiño a la nostalgia con una variación cronológica a modo de «licencia» literaria- de una trama policiaca que arranca en torno a la línea que discurre por el «gran Gamonal», desde Villafría hasta el casco histórico de la ciudad. Un horrendo crimen y sus posteriores cabos sueltos unirán de por vida el destino de Darío y Gerardo, dos agentes experimentados que pronto manifiestan los siempre eficaces «contrastes puntiagudos» para enganchar al lector desde las primeras páginas.
Las filias y fobias de los dos principales protagonistas se entremezclan, directa o indirectamente, con el resto de personajes que llevan el peso de cada una de las tramas. Resulta llamativo, por ejemplo, el singular perfil que el escritor traza sobre José Antonio Ortiz, presidente de la Junta de Castilla y León. «No sale muy bien parado», confiesa Toledano. ¿El motivo? Aparte de profundizar en el género negro desde múltiples aristas, ‘Burgox’ se nutre de «ironía» -a la inversa- con la firme intención de plasmar, negro sobre blanco, las «nefastas políticas» de un Gobierno regional predispuesto a «llevarse parte del tejido que nos correspondería».
La reivindicación política en el plano literario no está reñida con el ensalzamiento de una «monumentalidad» indiscutible. La ciudad multiplicada conserva sus principales símbolos patrimoniales y la Catedral adquiere especial relevancia durante la trama policiaca. Fascinado por la influencia histórica del abad Suger en Francia, Toledano ahonda en los «misterios del gótico» para abrirse camino por las «estancias secretas» de la Seo. Tampoco se olvida del Castillo, merecedor de capítulos propios en la novela por las leyendas y enigmas que giran a su alrededor.
Seguir desvelando los entresijos de esta obra conlleva el riesgo de destripar sorpresas que dejarán boquiabierto al lector. Por eso Toledano vuelve al punto de partida de este reportaje: la apasionada motivación de un burgalés enamorado de una tierra «maravillosa» cuyos habitantes, por desgracia, «no nos creemos lo que somos». En su opinión -compartida por muchos, pero quizá carente de un altavoz debidamente amplificado-, el problema reside en que «Burgos nunca ha sido reivindicativo» pese a contar con un «talento empresarial importante» y un amplio abanico de opciones de cara al futuro. Por otro lado, cree que el «costumbrismo» debe dar paso a la «modernidad». «Hay que apostar por otras cosas», como bien se ha hecho en Aranda de Duero y Miranda de Ebro con el Sonorama y el Ebrovisión, respectivamente.
La próxima aventura
A Jesús Toledano le encantaría conducir algún día un Burgati Gámon como el que Irausa llega a fabricar en ‘Burgox’. Los sueños, sueños son y a veces se cumplen, aunque éste parezca imposible a corto plazo. Lo que sí es factible es su próxima novela, nuevamente ambientada en su amada Burgati porque así se lo dicta su «inspiración».
En su próxima incursión literaria, el escritor abandona el género policial para retrotraerse a esa época en la que «Las Llanas eran lo que eran». Le interesa sobremanera reflejar lo que él y tantos otros de su generación vivieron: el cambio de hábitos nocturnos entre los años 80 y 90 o la «disgregación de los grupos de amigos» cuando la paternidad y las responsabilidades laborales marcan el inicio de una nueva etapa.
Toledano no descarta avanzar hacia una «literatura global» que se pueda desarrollar «en cualquier sitio». Quizá mañana le dé por ambientar una historia en Vietnam, pero lo que más le apetece ahora es abordar el paso del tiempo en su ciudad. Lo que todavía no tiene claro es el título. Le seduce ‘La hora del ya’, pero la vida da muchas vueltas y la literatura también.