LITERATURA
Ignacio Galaz, viajero en el tiempo en busca de mecenas
Ignacio Galaz apura la campaña de micromecenazgo para editar ‘Yo anduve con un viajero en el tiempo’, un «disparatado» relato a bordo de un Ford T que recorre el Burgos de la Edad Media o la Francia de la Primera Guerra Mundial
Poco más de 100 euros separan a Ignacio Galaz del lanzamiento de su próximo libro. La campaña de micromecenazgo impulsada por la editorial Tandaia para que Yo anduve con un viajero en el tiempo vea la luz en las librerías se encuentra prácticamente en el descuento. El plazo para hacerse con la novela en preventa concluye mañana y su autor se muerde las uñas aunque se muestre «optimista». Confía en el empujón final, en esos apoyos de última hora para recaudar los 935 euros necesarios para sacar al mercado una obra que se nutre de historia y unas cuantas pinceladas de ciencia ficción con el objetivo de brindar al lector una «montaña rusa» de avatares a través de épocas pasadas. En caso de quedarse a las puertas, Galaz se muestra dispuesto a abonar la cantidad restante para poner en circulación un relato que ha permanecido «durante años en el fondo de un cajón». Cocinada a fuego lento, con el mayor de los mimos, se topó con la opción del crowdfunding gracias a un concurso literario que le permitió embarcarse en tan curioso «proceso» de edición. Sobre la obra en cuestión, este veterano escritor de cuentos espera presentar en sociedad su «primera novela» en términos estrictos. La idea, fruto de un trabajo previo de 30 páginas que se vio «sin fuerzas para continuar», parte de un viejo «proyecto largo» consistente en abordar la historia de Burgos a «un relato por siglo». De su pasión por los acontecimientos pasados surgen las peripecias de Nicomedes Alción y Julio Marmolillo. El primero, docente de profesión como el propio Galaz, construye una máquina del tiempo a partir de un viejo Ford T. El segundo, alumno aventajado e inquieto por naturaleza, no duda en acompañar a su maestro tras ser partícipe de tan extraordinario invento. El problema, tal y como reza la sinopsis recogida en la campaña de micromecenazgo, reside en la imposibilidad de elegir la época a la que se quiere viajar «salvo al futuro, a no ser que él (Nicomedes) quiera». Con esa aletoriedad, el factor sorpresa está garantizado. Para los protagonistas, por supuesto, pero también para el lector porque se enfrenta a una variable muy poco explorada en este tipo de relatos.Ahora bien, que nadie busque similitudes con Regreso al futuro más allá del Ford T. Ni es el Delorean ni lo que se cuenta sigue la misma línea argumental. Ni de lejos. Cierto es que el texto se antoja «disparatado» por momentos y que el «humor» está muy presente, pero Yo anduve con un viajero en el tiempo goza de identidad propia y así lo deja patente su creador desde el minuto uno. Lo del automóvil, por cierto, viene de su pasión por el mundo del motor y el deseo intrínseco de rendir «homenaje a los coches clásicos». Sobre los dos personajes principales, Galaz reconoce que se ha «desdoblado» en ambos. Rasgos de su personalidad en uno y otro, por aquí y por allá, vertebran una novela «coral» que evoca por momentos al célebre Herbert George Wells -referente literario para Nicomedes- o el mismísimo Don Quijote de la Mancha. El resultado: un viaje «constante» plasmado «sin pretensiones» sobre el papel y con un «lenguaje muy cuidado». Marca de la casa. ¿Y a dónde viajan? La pregunta del millón. Para abrir boca, el escritor cita dos aventuras «importantes»: el Burgos de la Edad Media y Francia en la Primera Guerra Mundial. En lo que respecta a las tierras del Cid, allá por los tiempos en los que se construyó la Catedral, asegura que se trata de una «especie de fresco de lo que pudo ser la ciudad» cuando apenas alcanzaba los 7.000 habitantes. En plena cuenta atrás, y a expensas de que la novela llegue lo antes posible a las librerías, Galaz desconoce cuándo se pondrá a la venta si finalmente logra su objetivo. Mientras tanto, se encuentra inmerso en la «última revisión» porque le gusta cuidar hasta el más mínimo detalle. Tanto en el continente como en el contenido, no puede evitarlo. No en vano, considera que «el peor revisor de una novela es el propio escritor». Y mientras prosigue en paralelo con un ambicioso proyecto de corte histórico, espera que el lector juzgue su primera incursión en estas lides de saltos temporales.