LITERATURA / ANTOLÍN IGLESIAS PÁRAMO
Versos que escalan hasta lo más alto
El escritor burgalés Antolín Iglesias Páramo publica ‘Dios’, un poemario para celebrar el VIII Centenario de la Catedral en cuyas estrofas se respira un profundo lirismo y una luminosa religiosidad
Pocos literatos burgaleses pueden transitar por los surcos de nuestra memoria cultural con un carrera de tan largo recorrido como Antolín Iglesias Páramo, autor de más de quince obras trazadas a golpe de verso en su gran mayoría. La realidad inverosímil, El río no encontraba el mar, Polvo de tiza o Afueras del Edén -áccesit del premio Adonáis 1975- son algunos de los volúmenes que jalonan su bibliografía. Estos días publica Dios, un poemario de más de setenta piezas de título rotundo y contenido no menos categórico. «Lo titulo así, aunque Dios no está de moda ni es tema de actualidad. Lo titulo Dios, porque de Dios hablan, directa o indirectamente, todos los poemas que lo componen (...) Escribo sobre Dios porque creo en Dios», sostiene en el prólogo.
Iglesias Páramo nació en 1934 en Pedrosa de Río Úrbel, una pequeña localidad del alfoz de Burgos a poco más de 20 kilómetros de la capital. Interminables campos de cereal, la fría ribera del arroyo que rasga el valle y robustas casas de planta y piso vieron crecer a este mozo que pronto dejó entrever su fascinación por la cultura. Estudió Filología Románica en la Complutense y Literatura Francesa en la Universidad de Ruan. Ha pasado gran parte de su vida entre aulas y bibliotecas, pupitres y anaqueles, transmitiendo a varias generaciones de alumnos su fervor por las letras como profesor de Lengua y Literatura en centros educativos de Madrid. Tras su jubilación residió un tiempo en Santo Domingo de Silos, donde vivió su poesía a la sombra inspiradora de cipreses y secuoyas. Hace unos años, las comodidades de la capital le devolvieron a Burgos, donde a diario le espera su escritorio.
En 2018 Iglesias Páramo se puso el traje de mecenas y patrocina desde ese momento el Concurso Literario Úrbel, dirigido a jóvenes entre 14 y 18 años y que convoca la Institución Fernán González, dando brío y calor a nuevos poetas y narradores.
Su fe en Dios nos lleva a lo más alto. A los cielos de su infancia, azules y horizontales, que contrastaban con la grisura de una posguerra que sembró silencio y dolor. A la recia torre de la iglesia de Pedrosa, cuyas campanas tañían como golpes de corazón en el alma de los vecinos cada vez que el badajo bailaba en las copas de bronce, sonando a fiesta o a muerto. Por último, a lo alto del retablo mayor del templo de su pueblo, desde donde la imagen de santa Juliana -«virgen y mártir», como decía su madre- vigila a los vecinos dándoles su consuelo y bendición como buena patrona de sus gentes.
En 2020, en pleno confinamiento, Iglesias Páramo publicó Fe de vida (editorial Monte Carmelo), «una antología de poemas de carácter religioso», indica el vate burgalés. «Mi obra reúne ya más de quince libros y la mayoría tiene un trasfondo religioso, siempre con un carácter metafísico y cuestionando las grandes preguntas de la vida... Todo fluye de mi reflexión personal. Vivimos en un mundo cada vez menos religioso y, como reacción a algo que yo creo que es importante, estoy insistiendo más en estos temas en mis últimos escritos».
Portada del poemario 'Dios'.
Dios acaba de salir de la imprenta y Antolín Iglesias ha realizado un pequeño juego con sus primeros lectores que le ha generado más de un pensamiento inesperado. «Al entregar el libro a algunas personas les he preguntado por el título. Los ha habido que me han dicho que no tiene título o que era mi propio nombre (risas). Luego, tras explicarles que el nombre del poemario está en el dibujo de la portada me decían que era evidente o cosas así... Ese contraste entre no verlo y advertirlo rápidamente me hace pensar que es como Dios, que para algunos está oculto y no se le ve y para otros lo vemos muy claro», reflexiona el autor.
La idea de la ilustración de la portada es del propio poeta que luego reprodujeron artísticamente en Imprenta Santos. «La portada de una obra literaria siempre es importante, pero en este libro tiene para mí un valor añadido, un significado especial». Dado el carácter de este poemario, la ilustración será la llave de la puerta que nos abrirá al mundo de fe que Iglesias Páramo ha volcado en sus páginas. Luego cada uno transitará por sus estancias con su mirada propia y con el paso que marquen sus creencias. «En la poesía se utiliza el lenguaje connotativo, sin un contorno preciso, abierto a la experiencia, a la emoción... y cada lector tiene su propia interpretación», añade.
Iglesias Páramo está muy satisfecho del resultado final del poemario y del propio volumen físico que lo encierra. «Llevo desde 2019 escribiendo este libro y pensé en publicarlo precisamente en este 2021 para celebrar con él el octavo centenario de la Catedral», explica. Pero no le ha sido fácil sacarlo adelante, admite. «Ofrecí Dios al Cabildo Metropolitano, pero no tenían disponibilidad económica dados los nulos ingresos de este último año. Pero me dieron su respaldo, que yo valoro y agradezco mucho, y en el libro sale su emblema». También quiso publicarlo con la Fundación VIII Centenario, pero no se llegó a concretar nada. «La poesía tiene muy poca salida comercial. Muchas veces, los autores acabamos siendo editores o coeditores de nuestras propias obras si queremos que lleguen a las librerías», confiesa.
El poemario finaliza con un tríptico dedicado a la Seo burgalesa en su «octavo cumplesiglos». Sus nobles capillas llenas de historia, sus obras primorosas que pueblan libros de Arte, sus inmortales chapiteles como lanzas hacia el cielo... y el Papamoscas. Para escribir estos poemas Antolín Iglesias ha amasado muchos recuerdos de infancia y juventud en torno a la Catedral, dándose cuenta de lo que significa este monumental templo para la ciudad y sus vecinos.
«En algunas ocasiones, cuando mis padres iban del pueblo a Burgos para comprar cosas o hacer gestiones, yo les acompañaba. Y si visitábamos la Catedral mi gran fijación era el Papamoscas. Años después, ya disfruté de esta maravilla gótica como todos los burgaleses y las gentes que nos visitan». El Papamoscas oteando desde arriba, agarrando la cuerda de la campana desde hace siglos, esperando a cada hora para hacer su trabajo y observar, con mueca grotesca, cómo abajo niños y mayores abren la boca esperando que resuene el tintineo de las horas con la risa escondida y el gesto expectante. Qué burgalés no tiene esa experiencia en el trastero de su memoria...
Dos poemas de la obra 'Dios' de Antolín Iglesias Páramo.
Como buen poeta, Antolín Iglesias tiene una mirada casi quirúrgica de la vida y del mundo. Para observar la Catedral, recomienda dos vistas que disponen al observador en un emplazamiento que regala a los ojos toda la belleza de la Seo. «Ver la Catedral nada más cruzar el arco de Santa María te regala un postal formidable. Otro lugar que te da una maravillosa visión del templo es cerca de la iglesia de San Nicolás, subiendo hacia el monumento a Fernán González. La portada de Santa María, el cimborrio del crucero y la cúpula de la capilla de los Condestables se alinean para ofrecer una estampa excepcional». En este último lugar, el poeta vivió un suceso que nunca ha podido olvidar. «Me encontré a una joven que estaba mirando la Catedral muy fijamente. Llegó un momento en que se echó a llorar. Me explicó que era arquitecta y que sólo conocía el monumento por imágenes. Pero que tenerlo ante ella le había conmovido muchísimo... Es una pequeña anécdota sobre la emoción que puede causar en nosotros una verdadera obra de arte, en este caso arquitectónica. Pero que también puede ser musical, literaria, pictórica...».
La poesía religiosa tiene en España una pléyade de plumas que durante el siglo XVI llegaron al cénit del género con los ascéticos y los místicos. Fray Luis de León, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz son algunas de las grandes figuras de esa época. «Yo he leído y disfrutado mucho a estos grandes poetas, tanto en mis lecturas personales como en mi trabajo como profesor. Y en algo me habrán influido, claro», comenta Iglesias.
Una de las características de su obra, y Dios no es una excepción, es el uso del soneto a la hora de escribir poesía. «He cultivado bastante el soneto, pero no es más allá del diez por ciento de mi obra. Lo que ocurre es que algunos de mis poemas más conocidos son este tipo de composiciones», aclara. «El soneto tiene un camino escabroso, nada llano y lleno de piedras y obstáculos. Lo aconsejo más para escritores maduros, que tienen una inspiración más reflexiva, que para un poeta joven, que quizá es más torrencial. La dificultad del soneto a algunos les acobarda mientras que a otros nos estimula... Julio Cortázar dijo que el soneto era “un complicado mecanismo de relojería que pocas veces da la hora de la poesía”, y me parece una gran definición. Creo que la mayoría de los sonetos que se escriben son mediocres o algunos directamente malos, es difícil esquivar la rima fácil o los lugares comunes. Ahora bien, cuando sale un soneto redondo, progresivo, denso de conceptos y que estalla en una buena traca final es un gozo para un poeta», confiesa.
Espiritualidad castellana y una lúcida madurez alzan la voz como una antorcha en la alborada en esta colección de más de setenta poemas en los que Antolín Iglesias Páramo reclama, emplaza y dialoga con Dios, la vida y las palabras, «apetencias profundas de su ser».