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Literatura

Los paseos burgaleses del joven Federico

Hoy se conmemoran 85 años del asesinato del genio de Fuente Vaqueros, Federico García Lorca, que dio sus primeros pasos literarios en la capital castellana en 1917

Lorca (tercero por la izq.) y Domínguez Berrueta (cuarto por la izq.) junto a acompañantes y monjes en el monasterio de Santo Domingo de Silos. ARCHIVO FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA

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Burgos

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Puede parecer una afirmación sorprendente y hasta un arrebato de chovinismo burgalés, pero no lo es: Federico García Lorca nació como escritor en la ciudad del Arlanzón. Gran lector y amante de las artes, al adolescente granadino lo que en verdad le encendía era la música, fue un notable pianista y nunca se alejó de las ochenta y ocho teclas. Pero las musas, o los ánimos de personas cercanas, condujeron su embriagadora genialidad hacia las letras, llegándose a convertir en uno de los poetas y dramaturgos más importantes e influyentes de la historia de la literatura española.

Hoy se conmemora el 85º aniversario de su ejecución en una fría madrugada en un camino entre Víznar y Alfacar, triste alba de fuego y muerte en que Federico y otros tres hombres -el maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas- fueron asesinados por militares del ejército sublevado en su tierra. Y una sombra de silencio cubrió sus nombres como fantasmas del olvido. Como dejó escrito Antonio Machado en su célebre poema: «Que fue en Granada el crimen / sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada».

Esa tragedia sucedió en agosto de 1936. Pero cojamos un tren para viajar hasta unos años antes, a 1917 concretamente. García Lorca soñaba con ser un gran pianista y excitar las plateas de todo el mundo. Pero su padre, Federico García Rodríguez, no veía futuro a esos anhelos artísticos y le apremió a realizar otros estudios. En el curso 1915/16 se matriculó en la Universidad de Granada en las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho. Por esa época entró en contacto con otros jóvenes con inquietudes creativas en una tertulia llamada ‘El Rinconcillo’, en el café Alameda. Y en ese ambiente, donde la literatura prendía amistades, ratos y pasiones, Federico comenzó a escribir.

Domínguez Berrueta

Durante su estancia en la universidad conoce a un persona clave en su desarrollo artístico: el catedrático Martín Domínguez Berrueta. La escritora y académica de la Institución Fernán González María Jesús Jabato, que dedicó un amplio estudio a este salmantino en Martín Domínguez Berrueta: luz en la sombra (2013), confirma la impronta que dejó en el autor de Poeta en Nueva York este pedagogo. «Berrueta era un hombre muy comprometido con la educación y dentro de su método docente estaban los llamados ‘viajes académicos’, en los que acompañaba a sus alumnos por varias ciudades de España para conocer la sociedad, la cultura, el arte... Además, les obligaba a escribir una especie de diario de estas travesías como aprendizaje en sus estudios. Y aunque no era su discípulo favorito, se dio cuenta rápidamente de que Lorca escribía muy bien».

Esos viajes entre 1916 y 1917 influyeron en la formación del joven granadino. El paso por Madrid, Galicia, Castilla, Andalucía -en Baeza conoció a Machado-... y, especialmente el acontecido entre julio y agosto de 1917, fue decisivo para su consagración a las letras. En este último, conoció las entrañas de la Caput Castellae y publicó en Diario de Burgos -por mediación del propio Berrueta, que conocía al fundador y director del rotativo, Juan Albarellos Berroeta- algunas de las piezas literarias que luego engrosarían Impresiones y paisajes.

«En estos primeros escritos nos encontramos un autor muy influenciado por el modernismo, por Rubén Darío, pero también por la Generación del 98 y el estilo de su profesor. Berrueta era un hombre muy culto, muy admirado y querido en Burgos. Y como escritor, tenía una narrativa un poco recargada, muy enfática... Los amigos del Rinconcillo instaron a Lorca a que buscase su estilo y dejara de copiar a su profesor», indica Jabato.

La relación entre Lorca y Domínguez Berrueta acabó mal, ya que algunas frases y opiniones que Federico vertió en sus artículos eran un tanto anticlericales y provocaron el enfado de su profesor. «Ciertos comentarios sobre la vida de clausura de las monjas o la crítica a la escultura de san Bruno de Manuel Pereira de la Cartuja no gustaron nada a Berrueta». Tanto fue así este encontronazo que el autor de Yerma dedicó in memoriam su primer libro a su profesor de música, Antonio Segura, y no al catedrático como era su intención original.

Su primer libro

La primera edición de Impresiones y paisajes fue publicada en abril de 1918 por la imprenta granadina de Paulino Ventura Traveset con portada del pintor Ismael González de la Serna. El coste de la tirada corrió a cargo del padre del escritor, un rico hacendado de la vega granadina. Años después, el autor renegaría de este libro de juventud.

En esta obra en prosa, única en la producción lorquiana, se recogen las reflexiones y vivencias de Federico en compañía de Berrueta y sus compañeros. En cuanto a los escritos referidos a Burgos, contamos con la mirada de Lorca sobre la Cartuja de Miraflores, los monasterios de las Huelgas, San Pedro de Cardeña y Silos, Covarrubias, Fresdelval... y un capítulo muy curioso, titulado Mesón de Castilla, de tono costumbrista sobre las gentes de la tierra.

Lorca (tercero por la izq.) y Domínguez Berrueta (cuarto por la izq.) junto a acompañantes y monjes en el monasterio de Santo Domingo de Silos.ARCHIVO FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA

Un complemento muy interesante a la lectura de Impresiones y paisajes son las cartas que el poeta escribió a su familia durante estos viajes. Con un tono cercano y una prosa aligerada de adjetivos y requiebros estilísticos como los que trufan su primera publicación, Federico hace gala de su fino humor, comentando muchos detalles de su vida en tránsito como si fuera un ‘making of’ de las piezas que iba escribiendo. También habla con emoción de la huella que ha dejado en él la capital burgalesa, como relata en una misiva a Melchor Fernández Almagro, amigo de tertulia: «¡Qué dulce recuerdo, lleno de verdad y de lágrimas, me sobrecoge cuando pienso en Burgos!... Yo estoy nutrido de Burgos, porque las grises torres de aire y plata de la catedral me enseñaron la puerta estrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma».

En las introducciones Prólogo y Meditación, el joven escritor hace una madura reflexión sobre la experiencia del trayecto y su traslación al papel, la vivencia y la memoria. «Porque los recuerdos de viaje son una vuelta a viajar, pero ya con más melancolía y dándose cuenta más intensamente de los encantos de las cosas... Al recordar nos envolvemos de una luz suave y triste, y nos elevamos con el pensamiento por encima de todo».

A partir de la publicación de estos primeros artículos y el volumen Impresiones y paisajes, García Lorca añadió otra tarea a sus virtuosos dedos más allá de seguir acariciando con ritmo y alegría las teclas blancas y negras del piano. Imaginen al joven Federico, escribiendo entre volutas de humo de tabaco rubio y papeles que tiemblan en una extraña soledad. Sueños premonitorios que acechan y una muerte secreta que danza a su alrededor... Silencio. ¡Silencio! Un poeta entre ramas de prosa y flores de lírica está naciendo en el frío y monumental Burgos, muy lejos de aquella Granada de fuentes de agua clara y remotos acordes de guitarra.