MÚSICA / HOMENAJE
Tuco regresa al Cafeto Madrid
El músico burgalés Vicente Redondo recuerda sus años de gloria en el desaparecido bar de la calle Embajadores, lugar donde ahora ha sido homenajeado con un mural
El chaparrón vespertino caído el pasado jueves concibió un bautizo de atardeceres ante la recreación pictórica que evoca la puerta del antiguo Cafeto Madrid. Mientras el Tuco de carne y hueso mira al Tuco inmortalizado con spray, el flash de la cámara de Santi Otero ilumina las gotas de lluvia del aguacero tardotoñal que cae sobre la capital. Poco a poco, comienza a bajar una escorrentía por el suelo empedrado del conocido como callejón de las Brujas, pero el artista burgalés aguanta con estoicismo y buena cara los disparos del obturador. «La lluvia trae suerte», susurra mientras el agua resbala por su traje y empapa su chistera. Ver a Vicente Redondo (Burgos, 1955) en una sesión fotográfica es de por sí un espectáculo, nadie posa como él en esta bendita ciudad.
En las últimas semanas, los artistas urbanos Cristian Fernández Vicario y Christian Saldaña Santos han embellecido las viejas paredes de esta legendaria rúa del Casco Histórico Alto con unas ilustraciones que homenajean a las tres culturas -la cristiana, la judía y la musulmana- que convivieron en esa parte del burgo durante el medievo. Además, en dos arcadas que hay en las traseras de la iglesia de Santa Águeda han honrado la memoria del Cafeto Madrid y del taller del luthier Andreas, dos locales que se ubicaban allí antes de que un incendio atroz arruinara en 2001 el edificio que los alojaba.
«Me ha hecho mucha ilusión, porque posiblemente allí pasé mis mejores años», confiesa con salvaje timidez. Tuco recuerda que fue durante casi una década, la que despidió el siglo XX, en la que actuó con Los Definitivos o en solitario cada lunes en el desaparecido Cafeto Madrid. «Era un lugar muy especial, con sus muros de piedra, buenos instrumentos, mi camerino… En la mayoría de las actuaciones, que tenían un toque muy teatral, además de cantar, bailaba claqué y contaba chistes. Eso lo aprendí de un espectáculo que vi de Moncho Alpuente en la discoteca Roma tras salir del cine... ¡Esa es la música ideal para tocar en un bar!, me dije». También revela que «en el Cafeto se fumaba mucho. Entiendo que el humo creaba un ambiente especial en los bares, pero yo no lo echo nada de menos. Mi garganta acababa resentida muchas noches».
La música envenenó a Tuco en la adolescencia. Escuchaba con pasión «discos de los Beatles y grupos españoles como Los Pekenikes o Los Mustang». Más tarde, cuando marchó a Madrid a estudiar Derecho, la Movida se cruzó en su vida y la cambió para siempre. «Estudié por empeño de mi padre, no veía esto de que me dedicara a la música», precisa. Su progenitor, Vicente Redondo Andrés, fue uno de los promotores del Polo de Desarrollo de Burgos y presidente de la patronal burgalesa en los 80. «Fue un hombre muy generoso. Si podía ayudar a alguien, lo hacía».
En la capital madrileña comenzó a tocar en diversos garitos de Huertas y alrededores. Recuerda con una amplia sonrisa su paso por el bar Bóvedas, donde como ‘Tuco y el Araña’ actuaba junto al músico pradoluenguino Mariano Marín, compositor de bandas sonoras de cine como Tesis y Abre los ojos junto a Alejandro Amenábar. «Los sábados y los domingos tocaban el Gran Wyoming y el Reverendo. Para nosotros quedaban los lunes y los martes. Cuando conseguimos un batería y un bajista ya nos convertimos en Los Definitivos».
Retorno a ‘la Burgati’
En 1986 regresa a Burgos y acaba «por fin, tras catorce años» la carrera en el CUI. «Empecé a ganar dinero, poco después me compré un coche y mi primer piano... En ese Madrid existía una vida donde no era fácil ahorrar», ríe. También adquiere en aquella época un local en la calle Avellanos, donde sigue ensayando y grabando, «un bajo entre libros y bragas» señala entre risas por estar ubicado entre Hijos de Santiago Rodríguez y la corsetería Luz de Luna. A partir de ese momento, la tournée del músico burgalés no ha parado hasta hoy actuando en incontables bares, fiestas privadas, pueblos de la provincia y ciudades del norte. Durante algunos años lo combinó trabajando en la ferretería de su padre y como abogado «desde 1990 hasta el año 2000», pero su rollo era -y sigue siendo- el rock.
Por la plantilla de Los Definitivos han pasado muchísimos músicos locales y de más allá. «Había un dicho en la ciudad que decía que los músicos de Burgos en verano estaban en verbenas y en invierno, en Los Definitivos». Ahora ensaya todos los miércoles con algunos de ellos, «todos estamos jubilados, gente ‘muy pureta’».
Tuco guarda muchos recuerdos de los casi diez años que actuó en el Cafeto Madrid. «Aparcábamos al lado de la escalera que hay junto a la iglesia de Santa Águeda y, hala, a subir a mano cuesta arriba todos los instrumentos... ¡hasta nevando! Agradecí mucho que el bar se hiciera con un piano, eso que me ahorraba de traer», explica y nos cuenta que tras el cierre del Cafeto se lo quedó y lo conserva en su local. «Eran noches muy divertidas, siempre en lunes, que parece un día malo pero no lo es, eso lo aprendí en Madrid... No hay fútbol, hay gente que quiere alargar el fin de semana, es fácil de recordar, libran los camareros... Es un gremio que, como público, es muy bueno», ríe. También advierte que muchos de Los Definitivos volvían a casa de madrugada como salían a media tarde: con los bolsillos vacíos. «Claro, después de la actuación, la fiesta seguía en otros bares como La Pécora o La Abuela Buela y se dejaban allí lo ganado un rato antes tocando».
En el Cafeto Madrid se amasó, noche tras noche, una atmósfera cultural muy interesante. Además de conciertos, había veladas poéticas, charlas, teatro... «Allí no existía la vergüenza y todo el mundo participaba», señala y recuerda que en la barra siempre podías encontrar las publicaciones locales que se editaban en aquellos años, como Luzdegás, el Monografico de Luan Mart o Calamar, que dirigía Óscar Esquivias.
Tuco añora aquella época en la que era muy fácil tocar en Burgos. «Había muchos bares dispuestos, algunos en los que apenas cabían los instrumentos, donde había música varios días a la semana. Y había mayor permisividad con los ruidos, ahora cualquiera llama rápidamente la policía... A los vecinos del edificio del Cafeto los invitábamos a tomar vinos y cervezas, esa era la mejor insonorización», indica entre risas.
Qué fue del porno-rock
El repertorio de Tuco es inmenso, «más de cien canciones registradas y otras cincuenta compuestas o en rodaje», puntualiza. Tiene unos cuantos ‘hits’ que no pueden faltar en cualquiera de sus bolos: Caperucita y Pinocho, Mastúrbate pensando en mí, Una piraña en el bidé, Me quedo en bolas... temas que son vigas maestras de ese género llamado porno-rock. «Con el tiempo me he dado cuenta de que eso del porno-rock me ha hecho algo de daño... No reniego de esas canciones, todo lo contrario, pero a la hora de ir a contratarme en ciertos lugares se han echado para atrás porque creían que todos mis temas eran así, con ese componente erótico y obsceno. Y no es así, las tengo para todos los públicos». También admite que gracias a esas composiciones se ha hecho un nombre en la música «no mucho más allá de Burgos, es verdad, aunque sé de bandas que las tocan de lugares muy lejanos».
Otra canción que siempre le solicitan los asistentes a sus conciertos es Nisio, de la banda burgalesa Los del Páramo. «Me resisto a tocarla, pero el público manda y me la piden habitualmente». Este irreverente grupo burgalés de finales de los 80, con cierto aire a los primeros Siniestro Total, hicieron de este tema -una versión cachonda y rural del Another brick on the wall de Pink Floyd- uno de los himnos de su corta carrera. Tuco, poseedor de los derechos de los temas de esta formación, sigue manteniendo viva esta canción allá donde se la demanden.
Con su elegante vestimenta -casi de prestidigitador-, Tuco sigue prendando al público con su alma de trovador rockero, pícaro y sentimental, desconcertando a extraños y fascinando a conocidos. Bien sea con la trompeta o el piano, las melodías de sus canciones atesoran un amplio repertorio de historias cómicas, fábulas sociales y anécdotas de folletín, muchas de ellas con chascarrillos burgaleses salpicados en sus versos. Siempre ha radiografiado con ojo canalla las pequeñas glorias y las grandes miserias de ‘la Burgati’ en canciones condimentadas con erotismo de tebeo, mordientes dobles sentidos y cierto sabor a patata brava. «Creo que no hay nadie que haya cantado tanto a esta ciudad, aunque sea a mi manera», asevera con una sonrisa. «El último vídeo que he hecho con Toño Tangos habla de bares de Burgos de los 70. Se llama Ciudad de piedra y está gustando mucho».
Vicente Redondo continúa fiel a su forma de vivir la música desde 1983. El año que viene cumple cuatro décadas en la profesión y confiesa que podría ser un buen momento para volver a grabar un disco. «El último, Sex o no sex, es de 2005... Tengo muchas canciones nuevas que me gustaría registrar ‘oficialmente’, por así decirlo». Quién sabe si ese próximo aniversario o la lluvia caída sobre su chistera le generan suerte y ganas para volver con sus Definitivos al estudio de grabación. «Si no me motivo, no hay canciones. Y para hacer un disco, lo mismo». Pues motívate, Tuco.
Por el momento, el carismático músico burgalés sigue dando brillo a su colección de canciones y a su burgalesismo los lunes y miércoles a partir de las 8 de la tarde en La Chistera (c/ La Puebla, 15). Que la magia de esas noches no decaiga.