Julio Vaquero y su guía para «Escapar del tiempo acelerado»

«Escapar del tiempo presente» es el nombre resultante de jugar con la materia, de la experimentación venida de inspiraciones renacentistas y de mucho tiempo de indagar en cuestiones del presente. Es, sin más, una obra maestra que pone de manifiesto la oposición al vaivén en el que nos vemos encajados casi sin querer, con motivo del tiempo acelerado que inevitablemente todos vivimos. La última muestra de la obra de Julio Vaquero estará expuesta en la sala Pedro Torrecilla de la Fundación Círculo hasta el 18 de junio. 

Vaquero está considerado como uno de los mayores exponentes de la pintura a nivel nacional. Un artista plástico completo cuya base principal radica en el dibujo. Es también un fanático del arte del siglo XV, y siempre se ha inspirado en escultores y pintores que cargaban sus obras de emociones y mensajes que transportan a quienes las admiran, casi a otro tipo de realidad, así como se ha empapado de los procedimientos  y técnicas que ellos empleaban. 

Esto le ha permitido alcanzar una singular semejanza en sus obras de forma que carga sus obras de emociones que trasladan al público de hoy en día a otro lugar, haciéndoles viajar casi a otra época. Las texturas, apariencias y veladuras que consigue crear el artista le hace autor de unas obras tan emocionantes que te encogen desde el primer momento. 

Escapar del tiempo presente

Nada más llegar a la sala, podemos pensar que los objetos que vemos son una remodelación de los muebles cotidianos que tenemos todos en casa, pero no es así en absoluto. Es decir, la instalación que se presenta en la exposición no está creada a partir de objetos reales sobrepintados o intervenidos. Se trata de un conjunto de esculturas creadas únicamente con pintura moldeada que, una vez seca, se ha reforzado con resinas para hacerla perdurable. 

El deterioro medioambiental, el paso del tiempo, la experiencia del horror de éste, la alegoría del pasado, etc. son todos los significados que se plasman a la perfección en esta obra. Vaquero cuenta cómo podemos encontrar matices incluso arqueológicos en los objetos tallados, en esos iconos cotidianos que vemos estar faltos de detalles que les hace totalmente no fidedignos a la realidad que conocemos. A los cajones y a los armarios les faltan tiradores, las dimensiones de los muebles no son las proporcionales y por si fuera poco, todos están golpeados como si fueran fruto de un accidente o un choque. Entre los recovecos y quebradizas esquinas, vemos cómo resurge un material negro: «alquitrán, que no es más que la sangre del siglo XX, la cual alimenta la maquinaria político social y destruye toda la atmósfera de nuestro planeta», expone Julio.

Llevar a cabo esta obra ha sido el resultado de una aventura, «la aventura de crear», comenta. Para el autor, lo más importante de esta obra ha sido el trabajo con la materia. Narra que la obra no ha sido fruto de una idea fija y consciente, sino todo lo contrario. «Ha surgido como una aparición, una iluminación en la soledad de un trabajo», relata.

Vaquero cuenta que los objetos tridimensionales de la exposición resumen la vivencia del tiempo presente, ese tan acelerado que experimentamos todos constantemente y que no nos permite parar a pensar. Según el autor, «nos encontramos ante un tiempo acelerado que nos está influyendo en muchos niveles y nos está provocando profundas transformaciones, tanto a nivel laboral como personal». Con su obra pretende que afrontemos los obstáculos que nos encontramos por el camino, fruto de esta rapidez incontrolada y sobrevivamos de alguna manera, enfrentándonos e ellos.

Obra que es madre de otra obra: El final de las apariencias

Trabajando en 'escapar del tiempo presente', el pintor usaba unas resinas que protegiesen la pintura endeble una vez moldeada y seca. Tras muchos meses de trabajo, Vaquero enfermó y los médicos le advirtieron que debía dejar de trabajar con dichas resinas, pues contenían compuestos tóxicos para el cuerpo. Es de esta forma, que casi trastornado, el pintor detuvo el proceso de creación y envolvió en plásticos sus muebles a medio hacer pero casi acabados. En ese 'stop', con su obra tapada, en medio de su sala de trabajo, en soledad, con el tiempo detenido, es cuando casi de una forma frenética, se puso a pintar todo aquello que sus ojos podían ver durante un año entero. Lo describe como «una de las etapas profesionales más felices de mi vida».

Es así, como nació una obra más: un total de 25 dibujos enmarcados en el nombre de 'El final de las apariencias'. Unas pinturas que representan como los pintores crean espacios ilusorios en sus cuadros, los cuales, estos a veces se pueden salir del lienzo para crear realidades bidimensionales y cómo, otras veces, son éstas resultantes, producto de una ilusión más que decide, por sí sola, volver a renacer en un soporte bidimensional.