30 días, 40 ciudades, «dos pintores y dos visiones de ver el mundo»
Desde la vieja Europa hasta Estados Unidos pasando por Tokio. De exposición conjunta en el Arco de Santa María, Rafael Mediavilla e Ismael Alí de Unzaga convergen en la belleza del contraste a través de sus viajes de ensueño
Se llevan de maravilla y han coincidido en infinidad de exposiciones. Pero no nos engañemos: su manera de concebir el arte no pega ni con cola. ¿O tal vez sí? De lo que no cabe duda es de que se retroalimentan. El contraste de sus obras, bajo un mismo hilo conductor, engrandece a Rafael Mediavilla e Ismael Alí de Unzaga. Desde Burgos hacia cualquier parte, con lápices y pinceles siempre a punto en la mochila, cada viaje es la excusa perfecta para eternizar escenarios lejanos.
30 días, 40 ciudades. Dos cifras redondas para bautizar la exposición conjunta de «dos pintores y dos visiones de ver el mundo», en el Arco de Santa María, cuyo título no lleva a engaño. ¿O tal vez sí? Lo cierto es que sí, porque la muestra iba permanecer abierta un mes, desde su apertura el 3 de noviembre, pero al final se alarga hasta el 10 de diciembre. Cosas que pasan. Y tan a gusto. Lo de las 40 ciudades, eso sí, se mantiene.
Alí de Unzaga está encantado, no lo puede ocultar. De su amigo, «el mejor pintor que hay en Burgos» sin desmerecer a muchos otros compañeros, destaca la «técnica súper depurada» que le permite plasmar «el impulso de la ensoñación». Un recuerdo sobre el óleo, memoria fotográfica, sentimientos a flor de piel evocando un simple instante para el común de los mortales. Eso es, a grandes rasgos, lo que Rafael Mediavilla muestra sin trampa ni cartón.
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«Él es más de Roma, de Praga, de Madrid, de Bruselas...». Lo que viene a ser «la vieja Europa». Mediavilla se sitúa a kilómetros de distancia de Alí de Unzaga, que este verano se embarcó en una envidiable ruta por Estados Unidos. Se adentró en Chicago, Nueva Orleans o Memphis; se empapó de Luisiana, Alabama e Illinois. Vamos, que disfrutó como un enano en «la cuna del blues, el soul, el jazz y el rock and roll americano». Su melomanía echaba chispas y volvió a casa con un montón de apuntes e instantáneas. Lo tenía claro. Mucho antes incluso de llegar al aeropuerto, eso seguro.
Tampoco deja de lado, porque de hacerlo perdería su esencia, ese toque pop que le caracteriza tanto en el arte como en la literatura. Color, color y más color. Estéticas urbanas y un homenaje, unas veces sutil y otras no tanto, a figuras inclasificables como Jean-Michel Basquiat. Las paredes narran desde hace décadas lo que la calle expresa, silenciosamente en multitud de ocasiones por temor a represalias, y Alí de Unzaga lo reinterpreta con su indie impronta.
La vuelta al mundo de este tándem pictórico también llega hasta Tokio, por ejemplo. La «intrahistoria de los cuadros» tiene su miga y ambos autores quieren emular al «flautista de Hamelín», salvando las distancias, ejerciendo de guías por este recorrido «A, B, A, B». Es decir, «uno tuyo y uno mío». El diálogo que establecen las obras busca la implicación del público. A jugar se ha dicho, de lo que se trata es de «hacer dudar al espectador». Adivina, adivinanza. ¿Dónde han estado Ismael y Rafael? «Queremos ver las reacciones de la gente».
Decíamos al principio que no pegan ni con cola, pero es un placer verles converger. Dan ganas de hacer la maleta y seguir sus pasos, ver lo que ellos vieron aunque sea con otros ojos. No será lo mismo, pero el constructo pictórico de sus obras ayuda a focalizar mejor lo que para muchos, para la gran mayoría, pasaría desapercibido.