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Cara a cara con la muerte en Ucrania: «La guerra no ha parado aunque se deje de hablar de ella»

El fotoperiodista burgalés Diego Herrera muestra, hasta el 31 de enero, los estragos de la invasión rusa en la sala Círculo Solidario. Pese a jugarse el tipo «en primera línea con unos soldados dentro de un agujero», tiene previsto volver en un par de semanas

Diego Herrera, en la inauguración de su exposición 'Ucrania, la última guerra en Europa'.TOMÁS ALONSO

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Burgos

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Gritos desgarradores que no se oyen pero remueven a miles de kilómetros de distancia. Miradas perdidas y resignadas. Dolor, infinito dolor, tanto físico como emocional, en distintos escenarios donde la muerte campa a sus anchas. La cámara de Diego Herrera apunta y dispara. Capea las balas, las bombas y el fuego de artillería para reflejar una realidad de la que cada vez se habla -y empatiza- menos. Ucrania, la última guerra de Europa da buena cuenta de lo que este fotoperiodista burgalés ha experimentado durante más de un año en plena invasión rusa. Una muestra sin paliativos, en todo momento respetuosa con la memoria de las víctimas, que desde permanecerá abierta al público en la sala de exposiciones Círculo Solidario hasta el 31 de enero.

Herrera ha convivido con grandes dramas humanos, como el de los refugiados abandonados a su suerte en Grecia y los Balcanes o el de la población civil de Armenia en tiempos de posguerra. Sin embargo, nunca antes se había enfrentado a la muerte tan de cerca. Cara a cara, tratando de «minimizar riesgos», pero inevitablemente jugándose el pellejo. Al tanto de la tensión latente en el Donbass desde hacía años, en 2021 plasmó en imágenes un «conflicto congelado» desde «el punto de vista civil». Ya en febrero del 22, cuando los tambores de guerra resonaban a lo lejos (no demasiado), hizo las maletas sin pensárselo dos veces.

Fotografía de Diego Herrera sobre el drama de los refugiados ucranianos.TOMÁS ALONSO

El Gobierno de Putin cumplió su amenaza y, cuando se quiso dar cuenta, Herrera ya estaba cubriendo «la llegada de cientos de personas huyendo de Bucha y de Irpín». Fueron momentos «caóticos, de desesperación, de gente corriendo por la estación de tren, llorando». No esperaba que los rusos empezaran a bombardear el corredor humanitario. En Irpín, precisamente, inmortalizó la escena que más le ha impactado hasta la fecha. «Mataron a un voluntario y a una madre con sus dos hijos que estaban huyendo». Una promesa incumplida, la de permitir la evacuación de personas inocentes, y crueldad elevada a la máxima potencia.

Codearse tanto tiempo con la muerte acaba teniendo cierto efecto anestesiante. «El problema es que el ser humano empieza a habituarse», confiesa Herrera tras comprobar cómo alrededor de la población se instaló una «especie de capa» que permitía percibir tan dantesco panorama como «algo normal». Nunca se deja de estar «jodido», pero cada nuevo cadáver se convierte en «otro». Pese a ello, «no deja de ser una persona, o una familia, y aunque no tienes una relación cercana con ellos te duele».

Pensaba que no lo contaría cuando «empezaron a bombardear con helicópteros, artillería y bombas de racimo».

A punto de no contarlo estuvo el fotoperiodista burgalés en al menos un par de ocasiones. En mayo del 2022, por ejemplo, acabó «en primera línea con unos soldados dentro de un agujero». Resulta que pertenecían a las fuerzas de Inteligencia, algo que desconocía cuando les preguntó si podía ir con ellos tras encontrárseles en una tienda. Ni de lejos imaginaba que se dirigían «más allá» de la línea de infantería. De repente, las tropas rusas «empezaron a bombardear con helicópteros, artillería y bombas de racimo». Al final libraron, pero obviamente lo pasó «bastante mal».

Imagen del fotoperiodista Diego Herrera de una intervención médica a un soldado ucraniano.TOMÁS ALONSO

Fue más o menos por aquellas fechas, recién instalado en Bajmut, cuando decidió prescindir del identificativo de Prensa en su chaleco. «Te puedes convertir en objetivo, sobre todo cuando vas con las tropas». Además, «es más fácil que te identifiquen cuando estás yendo a la posición y que empiecen a bombardear, sobre todo en una guerra en la que los drones son muy importantes».

Fue interceptado e interrogado durante horas en un checkpoint. «Nos ataron con bridas en una furgoneta».

La tensión se respira a cada paso en Ucrania aunque el periodista se sitúe lejos del frente de batalla. Durante los primeros compases de la invasión, cuando «todo era muy caótico» y «no había órdenes claras», Herrera y un grupo de compañeros españoles llegaron a un checkpoint. Allí, un grupo de voluntarios de las defensas territoriales les sometieron a un exhaustivo interrogatorio mientras revisaban sus teléfonos móviles. «Seguía canales de Telegram ucranianos y rusos para saber lo que pasaba en el otro lado. Al final, una cosa llevó a la otra y nos ataron con bridas en una furgoneta», recuerda. Finalmente, «al cabo de unas horas nos soltaron porque vieron que no teníamos nada, que éramos periodistas y ya está».

Después de todo lo vivido, Herrera ha tenido que desconectar de vez en cuando. «Quedarse todo el tiempo es inviable a nivel mental», de ahí que haya vuelto a Burgos en varias ocasiones. No obstante, tiene previsto regresar a Ucrania dentro de un par de semanas. Quiere mostrar que «la guerra no ha parado por mucho que se deje de hablar de ella en los medios». Y centrarse, sobre todo, en «las víctimas civiles, que ojalá no las haya», incluyendo a aquellas que, a la fuerza, «se han convertido en soldados».

Herrera con la escena que más le ha impactado de la guerra de UcraniaTOMÁS ALONSO

Volverá a jugársela si es necesario por una cuestión de principios. Su profesión, por lo general, está «muy mal pagada» y por eso no trabaja con medios españoles. «Tengo compañeros que por un reportaje y fotos cobran 200 euros. Un reportaje que les lleva dos días o tres», lamenta antes de matizar que, en su caso, parte con la «ventaja» de saber ruso, algo de ucraniano y contar con vehículo propio. Aún así, confía en que la situación cambie y que, de una vez por todas, se valore como es debido el desempeño de quienes más arriesgan por contarle al mundo lo que sucede donde nadie se atreve a pisar.