Agustín Jiménez: «Hay quien habla de la cultura de la cancelación y resulta que son privilegiados»
El «ingeniero del entretenimiento» y padre fundador del 'stand up' ibérico aterriza este domingo en el Cultural Cordón de Burgos con su espectáculo 'Quién soy yo'. La respuesta, en clave de humor punzante, está repleta de matices
Todo el mundo le conoce, pero «mucha gente» no sabe su nombre. A Agustín Jiménez (Madrid, 1970) le hace gracia que le paren por la calle para preguntarle: «¿Quién eres?». Por eso dice, a modo de «vacile», que se considera un «ingeniero del entretenimiento». Y no va desencaminado, aunque lo correcto sería definirle como actor, cómico, guionista, director e incluso cantante («barítono bajo», por cierto).
¿Quién soy yo?, se cuestionaba hace tiempo uno de los padres del stand up en España. De aquella duda existencial surgió un espectáculo humorístico de largo recorrido que este domingo 16 de junio aterriza en el Cultural Cordón de Burgos. ¿Quién es Agustín Jiménez en una sola palabra? «Un payaso», proclama con orgullo.
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Descubrió su vocación a una edad temprana. En la adolescencia, se apuntó al grupo de teatro del instituto y alucinó al comprobar que «los profesores eran muy fans». Tanto que le valió para aprobar 2º de Bachillerato por «gracioso». No llegó a ser capitán del equipo de fútbol, pero sí una suerte de «Billy Elliot» con inquietud permanente y afán de superación. Antes de dedicarse a las artes escénicas de manera profesional, hizo la carrera de Matemáticas porque «no soporto ser ignorante en ciertas cosas».
Jiménez tiene cuerda para rato. Conversar con él es un lujo. Verle en directo también. Lleva la tira defendiendo ¿Quién soy yo? en vivo y en directo, pero no se repite. Con el tiempo, la percepción que tiene de sí mismo se ha vuelto «más auténtica». Si de algo está convencido es de que «la gente confunde ser gracioso con una visión del mundo que se aproxima al lado cómico de la vida». Sin embargo, la clave del verdadero humor se halla en «observar mucho más de lo que la gente cree».
«Los 'boomers' somos muy pesados con la nostalgia, pero no profundizamos»
En esta profesión, renovar contenidos cada dos por tres es imprescindible. Quien haya visto este monólogo con anterioridad se encontrará con algo muy diferente. La actualidad manda y no queda otra que adaptarse. Y evolucionar, por supuesto. Porque «no puedes decir con 40 años 'vivo en casa de mis padres' o 'los hombres somos vagos y sucios'». Se puede decir sí, pero ya no cuela.
La gran pregunta que Jiménez se plantea en este show. «¿Por qué sigo en pie y no me han echado?». De fondo, subyace el siempre inevitable conflicto intergeneracional: «¿Por qué el uno no comprende al otro?». Desde su propia perspectiva, reconoce que «los boomers somos muy pesados con la nostalgia, pero no profundizamos». En cualquier caso, sabe de sobra que «la buena comedia es como la buena música: la quieres volver a escuchar».
¿Está en riesgo la comedia? ¿Existe una cultura de la cancelación como tal? «Una cosa es el entretenimiento y otra es el arte», replica a sabiendas de que ciertos individuos utilizan el humor como «pretexto para el machismo o el racismo». La clave está en el contexto. Jiménez ha teorizado muchas veces sobre el «macho ibérico» y hasta la fecha «nadie ha venido a cancelarme». A lo sumo, «hay mujeres que ven la parodia y hombres que ven un homenaje».
«Hay programas de entretenimiento que han ido a la tertulia y quieren que la comedia baje al barro político»
«Hay quien habla de la cultura de la cancelación y resulta que son privilegiados», reflexiona alguien capaz de hacer chistes sobre ETA o la pederastia sin atacar a nadie. Recuerda, por ejemplo, el chascarrillo de Robin, el becario de Batman, cuando «explica a sus padres que ha quedado con un señor multimillonario que le ha comprado una moto». La comedia es «indiscutible» si se hace bien. Como en La vida es bella, ambientada en pleno holocausto nazi.
El principal escollo en esta España que nos toca vivir es la descontextualización maliciosa. Jiménez la ha sufrido bien de cerca, con ataques personales y vídeos cortados de sus actuaciones para dar entender, entre otras cosas, que «pide el voto para ETA» o chorradas del estilo. Lejos de amilanarse, se muestra «muy combativo en las redes sociales» porque «nos tenemos que defender». Al mismo tiempo, le abochorna la deriva de ciertos «programas de entretenimiento que han ido a la tertulia y quieren que la comedia baje al barro político».
Conciencia social
Puede que sea partidario de separar la política de la comedia, pero si se tiene que mojar no duda en lanzarse a la piscina. Si otros ladran, el opina sin cortapisas. El panorama actual, más aún después de las elecciones europeas, le preocupa. «Cuidadito con Alemania y los principios de siglo», advierte ante el «auge de los extremismos de derecha para proteger a los ricos» y el mensaje, cada vez más recurrente, de ciertos movimientos «ni de izquierdas ni de derechas» cuyo argumentario se basa en que «todos son iguales».
«La gente ha votado a un tarado al que llaman agitador y en realidad es un fascista»
No pinta bien la cosa, comenta Jiménez, si en España «la gente ha votado a un tarado al que llaman agitador y en realidad es un fascista». Y mientras muchos resucitan el fantasma del comunismo cuando «los bancos han quitado más casas», ha llegado a toparse con algún que otro troll en internet «justificando la esvástica». Al hilo de esto, hace no mucho publicó en X (antes Twitter) que «el problema no son los nazis, el problema es que no distingues a los nazis». A veces, incluso, se les aplaude después de agredir a un cómico -que se lo pregunten a Jaime Caravaca- por un comentario quizá fuera de lugar pero indudablemente malinterpretado.
«No concibo a un artista sin conciencia social, pero sí diferencio entre entretenimiento y arte», incide Jiménez mientras lamenta que «la cultura se ha devaluado en exceso» porque, a día de hoy, «todo el mundo quiere ser artista» y cree que «sabe de todo». Visto lo visto, y lo que desgraciadamente queda por ver, «la comedia se ha convertido en una especie de moneda de cambio».
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Última pregunta, dejando a un lado la comedia y la política. ¿Qué le queda a Agustín Jiménez por hacer? Dos cosas: «dirigir una orquesta» y «pertenecer a un grupo heavy». Sobre el segundo deseo, lo ve complicado al ser barítono bajo aunque se esmeró de lo lindo al cantar Thunderstruck de ACDC en Tu cara me suena. Aún así, quién sabe. Se queda, sin lugar a dudas, con la «disciplina del teatro». Pero ojo, porque «era heavy en los 80 hasta que vinieron los Europe y se jodió». No hay que descartar, por lo tanto, que se deje melena y desempolve su vieja chupa de cuero.