UNA AVENTURA DE CASI MIL AÑOS
Páginas de papel y pergamino custodian el alma de la Catedral
El Archivo, que se inicia en 1068, es esencial para conocer la historia del templo y actuar en él
A.S.R. / Burgos
Si adentrarse en la Catedral ya supone iniciar un viaje en el tiempo, hacerlo en su Archivo supone regocijarse en el pasado. Esta ambientación la consiguen imponentes cantorales que pasan de la rodilla, tocar privilegios reales y bulas papales de las que cuelgan los sellos de plomo, de lacre, de cera, saberse a escasos milímetros de varios incunables, de aquellos primeros libros impresos tras el invento de Gutemberg, sentir las delicadas caligrafías de los viejos escribanos... Miles de documentos, incalculable su cifra exacta, custodios de casi mil años de vivencias.
La historia del Archivo Catedralicio comienza a escribirse en páginas de pergamino (no se conservan papiros). Su inicio coincide con la institución de la Diócesis de Burgos en 1068, aunque su documento más antiguo data del año 972, procedente de la Diócesis de Oca, de la que es sucesora la burgalesa. Los contactos con autoridades civiles, con la Santa Sede, con la Corona, con el Concejo, con otras parroquias y la actividad propia de la basílica empiezan a generar una valiosa documentación. Esencial para conocer los secretos de construcción de la Seo. Fundamental para saber las relaciones mantenidas con las autoridades civiles y eclesiásticas. Y un importante testigo del devenir de la ciudad en la que se integra.
Los más de 300.000 documentos que, se presume, conforman el Archivo Catedralicio son el alma del templo que ahora celebra los veinticinco años de su declaración como Patrimonio de la Humanidad. Un espíritu encerrado en un altillo de la Capilla del Corpus Christi, en el claustro alto, en el que es uno de los archivos más importantes de España, en palabras de Matías Vicario, canónigo archivero.
«Se conservan documentos muy importantes para conocer la historia, no sólo la religiosa, la del Cabildo y la Catedral, sino también muchos datos relacionados con otras materias, por ejemplo cómo era la ciudad de Burgos, sus calles, los nombres en el siglo XIV, XV o XVI, la meteorología, las instituciones benéficas, la medicina, la economía...», apunta Vicario y enumera como algunos de los más importantes la conocida Carta de Arras del Cid -«el más valioso desde el punto de vista histórico y sentimental»-, los numerosos privilegios reales que han llegado hasta sus muros o las bulas papales, entre las que destacan la que reconoce oficialmente la Diócesis de Burgos.
El responsable considera imprescindibles estos legajos para la correcta rehabilitación en la que está inmersa la basílica.
Precisamente esta necesidad de adentrarse en las entrañas de la iglesia y descubrir todos sus secretos desembocó en el proceso de catalogación, iniciado en 1994, tras la caída de la estatua de San Lorenzo en la puerta de Santa María. El canónigo archivero insiste en agradecer la mano tendida por Cajacírculo para este menester. Una ayuda traducida, hasta ahora, en más de un millón de euros invertidos y más de 150.000 documentos catalogados e informatizados.
Un paso adelante para facilitar la labor de los en torno a sesenta y ochenta investigadores que cada año pasan por estas estancias procedentes de todo el mundo (Israel, Estados Unidos, Suiza, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Japón...).
Permanentemente, desde hace quince años, trabajan en ella tres historiadores, Esther Pardiñas, Támara Pérez y María Jesús González, dirigidas por el canónigo archivero.
Aunque son los volúmenes más viejos los que llaman la atención entre las hileras del Archivo Catedralicio, en éstas también aparecen lomos relucientes, con letras de imprenta en vez de manuscritas, con encuadernación del siglo XXI y no del XVI. Y es que los fondos continúan creciendo. «El Cabildo sigue teniendo vida, relaciones con las instituciones, reuniones periódicas con las diferentes administraciones, sobre todo en lo concerniente a la rehabilitación de la Catedral, tanto informes como fotografías...», comenta Vicario antes de cerrar las puertas que protegen el alma del principal templo de la ciudad.Entre las hileras se esconden...
Más de 300.000 documentos, reunidos en volúmenes, se alinean en las estanterías del Archivo Catedralicio. Todos son importantes y algunos, también curiosos.
Incunables. El Archivo Catedralicio custodia dieciséis libros incunables, es decir, impresos desde la aparición de la imprenta hasta la mitad del siglo XVI. Se encuentra en este estante la estudiada Biblia Políglota del Cardenal Cisneros publicada en 1517, la primera en tres idiomas, latín, griego y hebreo.
10.000 pergaminos. Aparece una importante colección de pergaminos. En el siglo XVIII, atendiendo a criterios jurídicos y administrativos, se encuadernaron en volúmenes para evitar su extravío. Constituyen uno de los apartados más valiosos y en ellos se encuentran bulas papales, privilegios rodados (el sello es circular) reales, documentación de obispos, ventas, censos... Son curiosas las bolsitas, en torno a 600, que guardan el sello de autenticidad del documento, bien de plomo, de cera o de lacre que acompañaban a estos papeles.
Niños expósitos. Durante los siglos XVI y XVII muchos niños eran abandonados a las puertas de la Catedral principalmente por madres que no podían alimentarlos. Los canónigos se hacían cargo de ellos. Otras mujeres los amamantaban y los cuidaban pagadas por el Cabildo. Éste también se encargaba de investigar quiénes podrían ser los padres de esos niños. «Reflejan cómo era el día en el que aparecían, cómo iba vestido el bebé, cómo eran sus ojos, las mujeres a las que se las entregan, si morían o no, si estaban o no bautizados, cómo se llamaban...», comenta Vicario, quien apunta que a la Catedral llegaron hasta la posterior fundación de las casas cuna.
Cantorales. Imponentes piezas de en torno a un metro de altura que contienen las partituras del canto gregoriano que se cantaba antaño en el templo. Gracias a sus dimensiones servían a varios canónigos. Ya no se usan.
Libros redondos. Se pasa lista en la Catedral. Una sección de volúmenes recoge la asistencia de los canónigos a coro desde 1352 hasta la actualidad. Cada día deben acudir a laudes, misa y tercia cantadas. ¿Por qué se llaman libros redondos? La presencia se marca con un círculo, siempre ha sido así, y la ausencia, antes se dejaba en blanco y ahora se pone una cruz. «Son importantes porque en ellos aparece la firma de todos los canónigos a lo largo de la historia de la Basílica», dice Vicario y apostilla que tienen vacaciones quince días en agosto.
Música. Este fondo ha sido catalogado completamente por José López Calo. Aglutinó en ocho publicaciones todas las noticias relacionadas con la música: ministriles, niños de coro, maestros de capilla...
Registros actas capitulares. Los dieciséis canónigos en activo más los nueve jubilados que conforman actualmente el Cabildo se reúnen una vez a final de mes para hablar de todos los temas relacionados con la Catedral de lo que da fe un secretario. La primera data de 1391 y se mantienen hasta hoy. No hablan de política ni de fútbol, a no ser que les pidan consejo.
Capillas. Una sección recoge legajos con información exhaustiva de cada una de las capillas de la Seo. Una documentación esencial para cualquier actuación en las mismas.
Capellanes de número. Recogen las actividades de estos personajes, que ayudaban a los canónigos en sus tareas.
Libros de rentas. Relación de los impuestos que recibía el Cabildo por sus propiedades (casas, viñedos, tierras... ) y, a juzgar por el espesor de estas publicaciones y el espacio que ocupan en las estanterías, se llenaba los bolsillos. Vicario confirma que durante los siglos XIV y XV tuvieron una situación privilegiada dentro de la ciudad.
Sus hospitales. Una serie de libros concita la documentación generada por los hospitales fundados por el Cabildo. En esta lista se encuentran el de San Lucas, situado en la zona de la plaza de Santa Teresa, o el de Barrantes, hoy convertido en residencia de ancianos y que continúa bajo el paraguas del Cabildo.
Obras benéficas. Otra sección del Archivo Catedralicio se ocupa de las obras benéficas del Cabildo. Entre éstas se encuentran algunas curiosas como la que se llevaba a cabo todos los años proporcionando la dote necesaria a tres huérfanas que se querían casar y no tenían dinero suficiente. Se hacía con rotación de las parroquias. Igualmente, los renteros a veces se dirigían al Cabildo ante un pedrisco que arruinaba su cosecha y éste hacía uso del Arca de Misericordia y les daba el cereal en stock para que pudieran sembrar.