Una conquista para todas
Tres jugadoras del Burgos CF relatan cómo viven el auge del fútbol femenino tras la victoria de la selección española
Oriana Martínez alucinó cuando, a los 15 años, supo que no era un caso particular. Su abuelo materno le daba una pelota con cinco años «y desde entonces no la he soltado». Forjó su pasión como suele ocurrir en estos casos, «en el parque bajo el edificio» en el que vivía su familia en Caracas. Y sí, tardó una década en descubrir que había otras niñas que jugaban al fútbol: «No tenía ni idea. Yo era la única en mi zona y jugaba con los chicos», recuerda divertida ahora, con 33 años cumplidos.
Asienten a su lado Elisa Ayuso e Irene Mateo. Comparten los colores del Burgos CF esta temporada, la primera de Mateo, la benjamina del trío, con 17 años; y la tercera para Ayuso, de 19, y Martínez, veterana de la plantilla. Y comparten pese a la distancia temporal y geográfica esas escenas vitales en las que se fraguaba su vocación con la dificultad añadida de ser mujer en un mundo de hombres. Elisa empezó obligada por las circunstancias, y por su padre. En el equipo de su pueblo, San Leonardo de Yagüe, donde jugaba su hermano, faltaba gente y la animó a apuntarse. «Probé, me gustó y hasta hoy», comenta. Era pura diversión: «Estaba con mis amigos, la convivencia era buena y me reía. ¿Cómo no iba a seguir?». Llegó la oportunidad de jugar en un equipo femenino de la capital soriana. Dudó. «No sabía si iba a merecer la pena y me lancé, no perdía nada por intentarlo», explica. Dos años después fichaba por el club burgalés y ahora la central lo tiene claro: «Fue una buena decisión».
Desde tierras numantinas llega también Irene, que está deseando competir con la elástica blanquinegra. Pese a su juventud lleva catorce años pegada al balón. Lo lleva en las venas. «A mi padre siempre le ha encantado y mis hermanos han jugado también desde muy pronto así que me lo han inculcado en casa desde muy pequeña», relata con orgullo la extremo.
Pasó por los equipos masculinos del San José en categorías infantil y cadete y «como ya no podía seguir jugando con los chicos, pasé al femenino» del que se marchaba siendo la máxima goleadora de la anterior temporada. Allí compartió vestuario con Elisa con quien se reencuentra ahora en Burgos para dar el salto a la Liga Nacional.
Mientras que a sus compañeras les cuesta dar nombres de referentes, ella lo tiene claro: «Desde pequeña me ha gustado Cristiano Ronaldo. En mi casa veíamos todo el fútbol que podíamos y siempre me ha llamado la atención». Sí coinciden las tres en reconocer que los pocos o muchos partidos -según quién responda- que veían cuando eran todavía más jóvenes eran siempre masculinos.
Pero las tornas han cambiado en los últimos tiempos, convienen, antes incluso del auge reciente del fútbol femenino, del que ellas forman parte, alimentado obviamente por el triunfo de la selección española en el Mundial. Surgen de hecho un puñado de nombres en la conversación de futbolistas consagradas a las que admiran, como Lucy Bronze y Alexia Putellas.
He ahí el giro. Oriana, Elisa e Irene confían en que este boom no sea fugaz. Lo intuyen. Creen que esta es una conquista de todas y para todas. En especial para las niñas que dan en la actualidad sus primeros toques. «Todas hemos conocido a chicas que no se atrevían a jugar al fútbol, aunque les apeteciera, porque les decían que era un deporte de chicos, que ellas no valían, o porque sus familias no lo veían adecuado y lo dejaban», indican construyendo la frase a tres voces, casi al unísono, evidenciando lo reiterado de la situación, cada una en su época y en su ‘latitud’.
Sin embargo, puede ser «el principio del fin» de estos planteamientos que se resisten a desaparecer. «A todas nos ha pasado que al jugar con chicos han sido especialmente duros con nosotras. Te ven y piensan: ¿A mí me va a ganar una chica? Nos cuesta encajar y si logras destacar entre chicos lo haces aún más porque se fijan mucho en ti y, además, se pican», cuenta Mateo sin acritud, con la satisfacción de haber callado unas cuantas bocas, cabe deducir. «Para mí era una motivación extra», apunta Martínez.
También Ayuso ha pasado por lo mismo. Las tres celebran en particular que la victoria de La Roja haya dejado claro de una vez por todas que el fútbol femenino es tan serio y tan profesional como el masculino, «que también sabemos jugar y luchamos».
Aclarado lo obvio, el efecto que pueda tener es «ilusionante». Y es que gracias a las ya estrellas con estrella de la selección «habrá niñas que empiecen hoy que han visto que es posible llegar a lo más alto» con el reconocimiento social que merece, «que pueden soñar con ello y que tiene sentido esforzarse al máximo por conseguirlo».
Así lo ven ellas, centradas en darlo todo. Así lo viven mientras esperan que lo del domingo pasado sea apenas un punto de inflexión, el comienzo de un cambio que aún debe consolidarse. «Ojalá esto solo sea el principio», reconocen. Porque queda camino por recorrer.
Preguntadas por el siguiente paso, lo tienen claro: el económico. «Hacemos sacrificios igual que ellos, también dejamos a nuestras familias, viajamos... Es necesario equiparar la recompensa y por eso debemos seguir peleando», afirma Martínez.
La respaldan sus compañeras: «Ahora toca avanzar en tema salarial. El esfuerzo que hacemos es el mismo», apostilla Ayuso. La prueba tiene forma de estrella.