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VIDA Y MUERTE EN EL TERCER REICH

Verdades sobre la temida Gestapo

El historiador británico Frank McDonough revela en un ensayo su investigación sobre los mitos y realidades de la policía secreta de Hitler

Imagen de la sede central de la Gestapo en el numero 8 de la Prinz Albrecht Strasse de Berlin, destruida en los bombardeos 1945, del libro de Frank McDonough.-

Publicado por
ANNA ABELLA
Burgos

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Soltar en una taberna un chiste contra Hitler, hacer una broma o comentarios despectivos sobre el Tercer Reich, escuchar radios extranjeras o no hacer el saludo nazi bastaban para acabar detenido por la temida Gestapo. No solo los judíos estaban en su punto de mira sino que sus objetivos eran los "enemigos del Estado", léase curas protestantes y católicos disidentes, testigos de Jehová que preferían el martirio a renunciar a su fe, comunistas (el grupo político más perseguido), y todos aquellos a los que el régimen consideraba "marginados sociales": delincuentes habituales, homosexuales (100.000 fueron a prisión y 50.000 acabaron en los campos), agresores sexuales, prostitutas, mujeres de "vida promiscua", parados de larga duración, alcohólicos, mendigos, gitanos (“una plaga”) y jóvenes díscolos, inconformistas y contraculturales (como los casos, llevados al cine, de los chicos del swing y de Sophie Scholl y sus amigos y hermano, miembros del movimiento La rosa blanca). Fue el destino de esta joven, detenida e interrogada por la Gestapo y finalmente ejecutada, la que llevó al historiador británico Frank McDonough a investigar durante cuatro años en fuentes originales alemanas, sobre todo en los 73.000 casos que alberga el archivo de Dusseldorf, para desentrañar en 'La Gestapo' (Crítica) los mitos y realidades de la policía secreta del führer.Según McDonough, el 26% de las investigaciones de la Gestapo se iniciaban por la denuncia de un civil (solo el 15% partían de actividades de vigilancia del cuerpo): el 80% de delatores eran hombres y habitualmente pertenecían a la clase media baja y obrera (“la clase alta o media con estudios raramente denunciaba un comportamiento disidente”.

VENGANZAS DE ESPOSAS

El ensayo revela cómo las mujeres (un 20% de los denunciantes) acusaban en su mayoría a sus maridos (rara vez era a la inversa) para vengarse de infidelidades, alcoholismo y maltratos o para quitarlos de en medio y quedarse con sus amantes.En esa línea, el historiador apunta que el 37% denunciaba para resolver conflictos personales con parientes y vecinos. Hay quien acusa a compañeros de trabajo o a personas a las que ha oído comentarios derrotistas en bares, hoteles y restaurantes y operarios de fábrica denunciados por escribir pintadas.Entre los casos más “estrambóticos” figura el de un obrero sin estudios, Adam Lipper, que se denunció a sí mismo porque quería que ir a un campo de concentración para curar su alcoholismo. 'Solo' logró siete semanas en prisión, pero fue suficiente para declararse curado y ser liberado.Para vigilar a 66 millones de alemanes, cuando la Gestapo nació, en 1933, tenía 1.000 empleados; en 1944 eran 32.000. “Contra la creencia popular no se limitaba a detener y entregar individuos a los campos de concentración”, apunta el ensayo, sino que la mayoría de casos acababan descartados y los arrestados salían sin cargos o con castigos indulgentes. Sin embargo, añade, reinaba la arbitrariedad: temas triviales podían saldarse con penas severas y en procesos de pena de muerte podían quedar libres.

INTERROGATORIOS Y TORTURAS

En el imaginario del horror quedan los interrogatorios a manos de la Gestapo. “Resulta muy difícil estimar el alcance de la tortura”, apunta McDonough, aunque, “sin duda”, muchos agentes la utilizaban para extraer confesiones. Sumergir al detenido en una bañera de agua fría hasta casi la asfixia, privaciones de sueño, corrientes eléctricas en manos, ano y pene, aplastamiento de testítulos con una prensa, dedos quemados con cerillas... son algunos de los métodos usados.Los agentes, desmiente el historiador, no eran “nazis brutales con compromiso ideológico, como dice el mito popular”. Predominaban los detectives de carrera, antiguos policías que antes de 1933 no pertenecían al partido nazi, y los administrativos universitarios. Aunque también había miembros llegados del servicio de inteligencia de las SS. Tras la guerra, la mayoría quedó exonerado en los juicios de crímenes contra la humanidad.

RELACIONES SEXUALES

El autor británico dedica todo un capítulo a los judíos, que sufrieron un creciente acoso tras las leyes raciales de Núremberg, que penalizaban las parejas mixtas. La Gestapo llegó al extremo de reclutar a adolescentes y prostitutas para seducir a judíos y pillarles en situaciones sexuales comprometedoras y de sorprender en redadas a parejas en pleno acto. Los interrogatorios muestran cómo algunos agentes “obtenían placer lascivo oyendo a mujeres comentando encuentros sexuales íntimos”: varias páginas mecanografiadas revelan la descripción de las citas de una judía de 20 años con arios, “con todo detalle pornográfico”.Aunque algunos aprovecharon para deshacerse de sus parejas judías denunciándolas, el libro recoge la “impresionante lealtad de mujeres alemanas casadas con judíos”, que en 1943 se manifestaron al grito de “Devolvednos a nuestros maridos”. Con su protesta lograron que Goebbels liberara a 1.700.Otro apartado destacado son los sacerdotes, sistemáticamente perseguidos: un tercio de los 25.500 curas alemanes sufrió hostigamiento de la Gestapo, 447 pasaron a Dachau y muchos fueron maltratados y ejecutados, como el pastor protestante de 27 años Helmut Hesse, que instó a no guardar silencio ante la persecución de los judíos y murió en la enfermería del campo de exterminio probablemente por inyección letal. La propaganda nazi difundía acusaciones de abusos sexuales para minar la credibilidad de la Iglesia católica y el propio Goebbels la llamó “semillero dehomosexuales y pederastas”.Otro caso memorable es el del cura protestante Martin Niemöller, enviado a Sachsenhausen y repetidamente encarcelado. Sobrevivió y escribió un famoso poema: “Primero los nazis vinieron a buscara los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista./ Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. / Luego vinieron a por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.

EL ORIGEN DEL CUERPO

Fue un decreto promulgado por el dirigente nazi Hermann Göring, el que creó la Gestapo en abril de 1933, dándole la función de investigar actividades políticas que fueran un peligro para el Estado. La ley era consecuencia de la reacción de Hitler ante el incendio del Reichstag, dos meses antes, supuestamente provocado por comunistas. A partir de entonces, cualquiera podía ser detenido sin cargos ni defensa legal y sometido a custodia preventiva. Heinrich Himmler, junto a su lugarteniente Reinhard Heydrich y sus SS, acabaría tomando el control de la Gestapo cuando con su revolución policial, en 1937, unificó todos los cuerpos en la RSHA, Oficina Central de Seguridad del Reich.