ENOTURISMO
Por tierras de vino y piedra
La Ribera del Duero soriana concentra la esencia de la vieja Castilla. A sus reconocidos vinos suma una enorme riqueza patrimonial en la que quedó escrita sillar a sillar la historia de guerras y reconquistas, la repoblación y su pionero románico porticado. Entre viñas y pequeñas bodegas de roca y adobe, todavía es posible conocer el vino tal y como se concibió. Un viaje al pasado con mucho futuro
El río Duero recorre casi 200 kilómetros por la provincia de Soria pero sólo en su tramo final articula la comarca de la Ribera del Duero soriana. El cauce es una seña de identidad de la zona, pero su historia no está escrita con agua, sino con sangre y vino. Tierra de frontera, un imponente patrimonio que habla de luchas, repoblaciones y viñas convierte a este rincón, cercano a las provincias de Segovia y Burgos, en un enclave único para comprender la vieja Castilla.Aunque en la denominación de origen de Ribera del Duero la provincia de Soria representa una mínima parte, lo cierto es que atesora 19 municipios y 22 localidades. Las bodegas tradicionales salpican muchas de ellas demostrando que la historia ya había distinguido a la zona con excelentes vinos.El Cid o los señores de las impresionantes fortalezas de la zona posiblemente ya hubiesen consumido pellejos del clarete chispeante con el que un milenio después se siguen regando los asados en compañía.El añorado Juan Antonio Gaya Nuño describía el sabor de este vino como «flojito, espumoso, acidillo y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura». Él decía que hablaba de vino, pero quizás la frase ofrezca una definición exacta del terruño.El punto central de la ruta es San Esteban de Gormaz, un compendio de historia donde las piedras hablan. Dos hitos convierten a esta localidad en un punto indispensable para conocer la Ribera del Duero soriana. Por un lado, sus templos de San Miguel y la Virgen del Rivero están entre los primeros ejemplos del románico porticado español. Las sucesivas batallas en la reconquista hicieron que esta tierra fuese repoblada, y sus nuevos habitantes introdujeron un estilo que se ha convertido en un estandarte cultural de Castilla y León.El segundo hecho que le hace destacar en los libros de historia es que posiblemente el autor del Cantar del Mio Cid estuviese vinculado a la zona. Está constatado que en la zona vivió un Per Abbat durante el siglo XIII, aunque siempre quedará la duda de si es el autor original o un mero copista.A estos atractivos se suman las bodegas tradicionales. Excavadas en la roca y rematadas con sillares y mucho adobe, forman la red de capilares del monte que sostiene los restos de su castillo. Una invitación de algún lugareño permite comprobar que la cultura del vino no se arraiga en copas finas y botellas añejas, sino en humildes porrones llenos de un vino que madura, literalmente, bajo las piedras de una fortaleza histórica.Orgullosos de su pasado y con la vista puesta en el presente, los sanestebeños celebran anualmente su feria del vino, una oportunidad de acercarse a las bodegas –ya más modernas– que comienzan a extender su nombre más allá de las fronteras españolas. ¿Cuando disfrutarlo? Mañana y pasado mañana, sin ir más lejos. Si a eso se añade una buena red de aojamientos y restaurantes, se cocina la receta perfecta para ‘retirarse’ durante unos días a desconectar del estrés.Aunque no se encuentre en la Ribera del Duero propiamente dicha, otra visita obligada es Gormaz. Hoy es una pequeña localidad que apenas atesora 28 habitantes. Pero sobre sus cabezas cuentan con la mayor fortaleza medieval de todo el continente.El tamaño sí importa. Un corto paseo permite introducirse entre los muros de lo que otrora fue un complejo por el que católicos y musulmanes derramaron su sangre para controlar el río Duero desde un enclave privilegiado. Y es que no sólo era una fuente de agua, sino también de fértiles campos.El tiempo ha atacado con más dureza que los ejércitos y lo que era una auténtica ciudad entre muros hoy es sólo un vestigio, eso sí, capaz de dejar sin habla a cualquier visitante. Sin duda una de las imágenes que mejor ilustran las batallas de la reconquista es la de su arco califal.Desde principios del siglo X hasta mediados del siglo XI Gormaz fue una plaza por la que se luchó incesantemente. Tras la destrucción de la primera fortaleza, probablemente sobre el año 960 se levantó la actual. Y sí, los musulmanes construyeron castillos. Aún serviría más adelante en las guerras de Pedro I, pero la impronta del Califato de Córdoba se mantuvo. Y se mantiene, como hito de unas guerras que acabaron configurando la España ‘moderna’.De nuevo, a los pies del castillo, el románico señala que la repoblación trajo consigo una nueva cultura. La ermita de San Miguel, incluida en Las Edades del Hombre como subsede, recibe al visitante con un exterior humilde. Fechada a mediados del siglo XI, evidencia que por allí entró este estilo artístico a lo que hoy es Castilla y León.Pero más allá de la historia, sus redescubiertas pinturas altomedievales dejan al visitante sin habla. Las vestimentas, los personajes o la concepción de Dios quedan reflejadas en sus muros con una fidelidad histórica que no admite discusión. Pintaron lo que veían, y esa fotografía cuasi milenaria ha llegado hasta la actualidad.De vuelta a la Ribera del Duero propiamente dicha, Langa de Duero es otro de los puntos donde la historia entra mejor con vino. Las tribus prerromanas ya se asentaron allí, el Imperio se la quedó, El Cid ostentó la Alcaldía y los Reyes Católicos hicieron parada y fonda. Sólo son algunos ejemplos de lo que cuentan sus sillares si se les escucha con la debida atención.Conocida por un clarete refrescante de baja graduación alcohólica, ahora se engloba en una denominación de origen que tiene en los tintos a sus representantes más destacados. No obstante, no le ha girado la cara a la tradición. En septiembre organiza las Jornadas de la Vendimia en las que los participantes llegan en carro a los campos, recogen sus propios racimos, los trasladas a la casa lagar, los pisan y obtienen su propio mosto. Mejor que explicar como se hace el vino, se ejecuta en persona.Todo esto se desarrolla en un marco incomparable. Toda la localidad está declarada Bien de Interés Cultural. Razones no le faltan. Por ejemplo, su maciza torre todavía se erige orgullosa oteando los viñedos, con historias que hablan de cautivos, guerras y rescates populares. ‘El cubo’, que así se le conoce, data posiblemente del siglo XV aunque la existencia de construcciones en su cerro es anterior.Siguiendo en ruta, la parada en Atauta es obligada. Su topónimo rubrica algunos de los vinos más aplaudidos en los últimos años. Alcanzar los 96 en el Wine Spectator, donde se habla de uno de «los descubrimientos más emocionantes», es una tarjeta de presentación impresionante.Sin embargo, la imagen que sin duda merece la pena llevarse de Atauta es mucho más rústica. El barrio de las bodegas es quizás una de las estampas más singulares de la Castilla y León vitivinícola. Tras unas escuetas fachadas de piedra la tierra se traga unas bodegas pequeñas en las que reposa el fruto de la tierra. Como si fuese un campo salpicado por madrigueras de topo, desde fuera se ve poco más que montículos, pero dentro existe toda una red.Otra localidad que no se puede perder el visitante es Castillejo de Robledo. De nuevo la sombra del Cid se proyecta sobre tierras sorianas, en esta ocasión en forma literaria. Numerosos estudiosos sitúan en la zona el robledal de Corpes, algo que le incluye en las rutas cidianas como paso destacado.El carácter de tierra fronteriza vuelve a aparecer con claridad. Los restos del castillo templario todavía se alzan orgullosos aunque el tiempo y la vegetación avanzan inexorablemente. Además, la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, de finales del siglo XI o principios del XII, devuelve al visitante a tiempos de leyenda. Sus pinturas originales todavía sobreviven en algunos puntos, añadiendo elementos como un dragón a una estampa que ya de por sí habla de caballeros.Si uno no es muy de ‘piedras’ pero sí de caza, también tiene en Castillejo una referencia obligada. Desde hace años se encuentra allí el Centro Integral de Estudios y Prácticas Cinegéticas de la Real Federación Española de Caza y se cuentan por decenas los campeonatos que ha albergado con tiradores del más alto nivel.En lo vitivinícola, la localidad ya ha superado los años más complicados. Hace apenas 20 el viñedo de la zona se reestructuró, recuperando una actividad que poco a poco iba decayendo. De la mano de estas labores se creó una de las grandes bodegas de la Ribera soriana, y los 92 puntos en la guía de Robert Parker refrendan que algo se hizo bien apostando por el vino.En todo buen recorrido en honor al vino que se precie no pueden faltar además Inés o Villálvaro. Quizás no sean los grandes polos de atracción patrimonial pero para tomarle el pulso a la cultura del vino pocas localidades ofrecen tanta pureza. Las pequeñas bodegas, de nuevo a caballo entre sus someras puertas y las entrañas de la tierra, evidencian que rara es la casa en la que no se vendimia, pisa y fermenta. Algunos palomares, la sobriedad de sus construcciones y los campos verdes que ponen el contrapunto hacen de estas pequeñas localidades puntos magníficos para reencontrarse sin prisa con uno mismo.Mención aparte merece el concurso de vino artesano de Villálvaro. El pueblo, pedanía de San Esteban, no llega a los 150 habitantes. En las últimas ediciones del certamen se han llegado a superar los 20 bodegueros locales. Para hacerse una idea de la proporción, es como si en la ciudad de Valladolid más de 40.000 personas elaborasen sus propios vinos.Ese tirón del vino y el patrimonio también está siendo acompañado por la creación de nuevas infraestructuras turísticas para que el visitante pueda disfrutar de unos días sin preocuparse de nada. Uno de los proyectos de mayor envergadura se encuentra en Alcubilla de Avellaneda, donde el palacio de los Condes de Avellaneda aguarda su conversión en hotel. Pasó a ser propiedad de los vecinos y sus custodios han conservado perfectamente este edificio singular del siglo XVII que a buen seguro recordará a otras construcciones en la Ribera del Duero burgalesa y vallisoletana.Y de la de Avellaneda, a la del Marqués. La ‘otra Alcubilla’ de la comarca aparece en el Cantar del Mío Cid como la última localidad de Castilla, lo que evidencia su carácter fronterizo. Hoy es mucho más pacifica y atesora en un peculiar cerro con forma de recinto amurallado sus propias bodegas. Como en tantas otras localidades, detrás de cada puertecita está la historia de una familia ligada a la tierra y al vino.No obstante, no sólo los amigos de Baco y la historia están llamados a conocer el oeste de Soria. La Red Natura 2000 incluye buena parte de su superficie en sus zonas protegidas, con una abundante presencia de aves y paisajes ribereños en el sentido más estricto. Además, cada estación tiene sus atractivos y las localidades de la Ribera del Duero soriana tienen mucho que ofrecer. El concierto de velas de San Esteban, la representación sacra de La Carrera en Alcoba de la Torre, las ferias y mercados, fiestas en las que nadie se siente extraño y paisajes en los que el Duero madura son sus inigualables credenciales.GUÍADónde comer /-El Bomba: Cocina clásica en San Esteban con carnes y setas. Amplia carta de vinos.-La Puerta de Castilla: Cocina tradicional especializada en carnes a la brasa en San Esteban de Gormaz.-Antonio: Cocina casera en San Esteban a precio económico con productos tanto de la zona como del mar. Postres artesanales.-Venta de Corpes: En Castillejo de Robledo. Muy valorados sus platos de cuchara, especialmente por el cocido.Dónde dormir /-Casa rural de Atauta: 11 plazas.-Casa rural Villa Kora: En Alcubilla del Marqués (14 personas).-Casa Marquesa de Tavira: En Alcubilla de Avellaneda (16 plazas).Alrededores / Rutas: La Ruta del Cid y la Ruta Jacobea de la Lana cruzan la comarca. Ciclables.