El Correo de Burgos

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COMO EL Servicio de Accesibilidad, Movilidad y Transporte (Samyt), la flota de autobuses municipales afronta su día a día como una enorme cuesta arriba en la que parece solo avanzar hacia atrás. El panorama se hace patente en cada jornada de conducción, sobre todo si el terminal en cuestión se encuentra en las líneas de segunda división como las de los barrios del extrarradio. Hablo desde el conocimiento del usuario diario y constante. Una media superior a cuatro trayectos por jornada de lunes a domingo en los últimos seis años y utilizando prácticamente la totalidad de las líneas avalan mi queja y mi disconformidad con el servicio. También las conversaciones con los conductores que, impotentes por la falta de mantenimiento de los vehículos, toman el volante con la duda del cuánto y del cuándo. Cuánto tiempo tardará el coche en fallar y cuándo lo hará porque los problemas se dan por supuestos antes de poner el pie en el acelerador. Anécdotas como los fallos constantes de las rampas suceden a diario. De hecho, el 90% de los autobuses en los que me he montado ya alertan al chófer de su inactividad con una pegatina junto a los mandos en la que se lee: «La rampa no funciona». He visto decenas de veces cómo personas en sillas de ruedas se han quedado en la parada. Sucede cada mañana, cada tarde, cada noche... Puertas que no abren, ventanas que no se cierran, climatizadores estropeados, asientos rotos, autobuses sucios, piezas en mal estado.Usar la flota municipal es toda una aventura. Nunca sabes si el autobús podrá acabar la carrera o habrá que esperar al de repuesto. Hasta 20 minutos tardó el relevo de la línea de Villafría el pasado sábado. Tiempo que el conductor empleó para tratar de avanzar por una minirampa que el vehículo era incapaz de superar. Solo funcionaba marcha atrás. Era toparse de frente con la cuesta y que el autobús comenzase a estornudar hasta que el motor decía adiós. La insistencia del chófer permitió superar el obstáculo 20 minutos después. Justo cuando apareció el nuevo vehículo a la salida del barrio para hacer el cambio. A pesar del mal estado del autobús, del que el empleado del Samyt ya había avisado, y de la tardanza con la que comenzaba el servicio, vía radio le comunicaron que debía hacer el siguiente trayecto con dirección a Villatoro: «Aunque llegues tarde, hazlo», le dijeron. Solo un día después del incidente, en la misma línea y con el mismo conductor, la sorpresa fue la amortiguación. O, más bien, su ausencia, pues durante los 30 minutos del viaje los pasajeros fuimos, literalmente, dando botes. Con este panorama, todavía hay quien se sorprende y se lamenta del descenso de usuarios. Personas que en los últimos años han visto crecer el precio de los billetes, pero no la calidad del servicio. ¿De verdad espera, señor Rebollo, que la tendencia cambie sin aplicar ninguna medida?

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