Cuestión de vergüenza
CUANDO ya ha pasado, muchas veces se suele decir que un accidente se podría haber evitado. Y se empieza a analizar qué pudo fallar y, si fallaba, surge la inevitable pregunta de por qué no se puso remedio para evitar que esa deficiencia acabara en desastre. Este año se cumplirán 14 de un accidente que, sabiendo los hechos ya conocidos, se pudo haber evitado.El del avión Yak-42 en el que murieron 62 militares, 20 de ellos destinados en el Regimiento de Ingenieros nº1, en la base de Castrillo del Val. El dictamen del Consejo de Estado que se ha conocido hace pocos días deja patente algo que era evidente al poco de producirse el accidente, que el Ministerio de Defensa, con el entonces ministro Federico Trillo a la cabeza, tuvo responsabilidad en lo que pasó. Porque se avisó a los responsables de que los aviones estaban en un pésimo estado y no se hizo caso. Todo lo que supo a raíz del accidente hubiese sido más que suficiente para que en aquel momento el ministro hubiese presentado su dimisión. Especialmente vergonzosos fueron los errores cometidos en la identificación de una treintena de cadáveres. Sin embargo, ni amago de dimisión, de poner el cargo a disposición del Gobierno.La justicia es la que establece las responsabilidades penales, pero en ningún momento de este proceso se depuraron las políticas. Lo que ha pasado ahora, con el hecho de que Trillo no vaya a continuar como embajador de Reino Unido, no se puede definir como un cese o una destitución.Menos cuando parece que era algo que iba a ocurrir. Chirría que esto suceda cuando hay países en los que ha habido altos cargos que han dejado su responsabilidad porque se ha descubierto que ‘engordaron’ su currículum universitario.Pedir perdón no es suficiente cuando se ha sido el máximo responsable de una cadena de errores que acabaron en muerte. Hay que dimitir, es una cuestión de vergüenza.Hay quien ha comentado estos días que el dictamen del Consejo de Estado es una victoria moral para los familiares de las víctimas. Yo creo que lo que ha hecho es añadir más indignación.