El Correo de Burgos

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Les cuento la historia, medio verdad medio mentira, para recordar y leer en septiembre, porque agosto es mes perezoso y atonta la mollera. Cada mil años señala el firmamento una estrella fugaz que apunta la dirección. Así fue en el tramo del Camino de Santiago que cruza Santovenia de Oca, hito del peregrinar en nuestra Castilla la Vieja. Un 4 de julio y hace veintiséis años, el párroco del Monasterio, Jose María Alonso Marroquín miraba con cara rara a un menda como yo que le pedía favor para casarme en el altar mayor de San Juan de Ortega. El que deja a sus pies la tumba del Santo de Quintanaortuño que construyó puentes a los peregrinos. El cura de las sopas de ajo que coció durante decenas de años para quienes apeaban el cansancio de pies machacados. Nunca fue querido del todo entre los parroquianos y hay historias que corren por el viento que nunca destaparán la lápida del cementerio donde descansa desde hace diez años. Por entonces ya me contaba que la Iglesia y el Claustro se hundía y necesitaba de mucho dinero para su reconstrucción. Se lo explicó con pasión a quien pedía lugar para casar, que era y sigo siendo aparejador y arquitecto. Me cayó bien el cura de cara curtida y cuarteada como cuero viejo. Le di en mano un donativo generoso con la promesa de que una de las piedras restauradas fuese mía. Estoy seguro que no cumplió su palabra y lo gastó en sebo, ajo, pan duro y cazuelas de barro. Mejor así. Al parecer, el pobre cura vehemente y guardián del paso amurallado, conoció miles de caras que llevaron dentro historias inconfesables. Almas de mil religiones, rezos, promesas, miedos y despedidas amargas. Su vida seguramente fue un ajedrez de glorias y tentaciones desordenadas que vio pasar por su puerta. Sin lugar a dudas, conoció mejor que nadie el pecado y de ello supo confesar y perdonar. Pero las leyes de los hombres son rígidas y dictan mandatos que entran en tierra de ángeles. Los huesos de Alonso no reposarán en el Santuario de San Juan de Ortega porque el Código de Derecho Canónico en su canon 1242 prohibe enterrar a curas, por no ser el Romano Pontífice, Cardenales u Obispos. Con esto se aleja al demonio de los altares. Si esto fuese así, ninguna tumba en basílicas y catedrales como la nuestra estaría ocupada por santos y mártires. Pontífices, cardenales, obispos, curas y sacristanes han pecado como todos lo hacemos y si alguien quiere guardar su recuerdo en lugar sagrado, no sean leyes de hombres quienes prohiban. A euro el plato, nunca sabré si una piedra vale mil sopas de ajo.

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