La ideología de drogarse
HACE POCO escuché una conferencia con este sugerente título: ‘La ideología de drogarse’. Sin duda, ya sabíamos que la pobreza, la desigualdad económica, e incluso el diseño urbanístico de las ciudades, son factores de riesgo en relación al abuso de drogas.
Pero no está de más recordar que un problema como el de las adicciones está determinado no solo por la función que ocupa el síntoma «adicción» en las personas a nivel «individual» intrapsíquico, sino que también hay que dirimir en qué manera influyen otras variables sociales como la política, los propios cambios sociales, las creencias. De hecho, una de nuestras propuestas en cuestión de drogas para el Ayuntamiento de Burgos es que el Plan de Drogas esté incluido en asuntos sociales y no en sanidad.
La premisa de la que partimos convencidos es la siguiente: dependiendo de cómo sean la sociedad y el momento histórico, así serán sus tipos de adicciones.
En primer lugar, en cuanto a las drogas hemos sufrido un proceso de “destradicionalización” sin parangón alguno. El peyote, que era la sustancia que se consumía bajo la batuta de un chamán en una zona de México, ahora puede ser consumida en cualquier lugar del mundo, es decir, asistimos a un consumo descontextualizado, sin referentes.
Ahora tenemos un abanico de sustancias psicoactivas que podemos escoger y encajar en nuestra época, y así consumir en coherencia con nuestro momento histórico; de tal guisa, en el boom económico abundaba la cocaína hiperestimulante, en esta época más individualista y solitaria tenemos el fornite y mindcraf, las tic, tecnologías virtuales acordes a un instante placentero y, de hecho, se está considerando incluir el abuso de los videojuegos como trastorno en el CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales).
Lipovesky decía que antes el consumo de drogas se encontraba ligado a cierta épica, a un ideal de libertad y de búsqueda de nuevas experiencias.
Y ¿cómo debemos entender, por ejemplo, el botellón? Siguiendo con este argumento, lo adecuado es entenderlo como síntoma de otra cosa, ya sea como necesidad de establecer un lazo social o de exigencia de diversión. De forma metafórica podemos decir que lo tóxico no está ni en la sustancia ni en el sujeto, sino que debemos hacer la lectura de ese síntoma que amarra al sujeto al tóxico de manera singular dentro de un contexto histórico determinado.