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TIENEN que pasar las cosas en fechas singulares para que pensemos de otra manera. Una cruz encendida como el tizón en Semana Santa es, símbolo del rezar. Pero cuando arde tanto que abarca toda la planta basilical de una vieja catedral, apunta más a los demonios del infierno y ángeles caídos. El roble viejo prende como una tea cuando empieza por lo seco y quema casas de pobres o de ricos también. Notre Dame está en la médula genética de los franceses, para ellos es la esencia de la grandeza, su chulería y caja mágica donde se ha refugiado la historia universal vivida. No la dejarán caer por más que arda mil veces y derrumben las dos torres góticas que no parecen tan altas. Ya hay dinero suficiente para reconstruir varias veces lo quemado, donantes de calderilla y grandes señores que han dejado fortunas que también pasarán a la historia, algunas anónimas. Por aquí, que también tenemos una vieja dama más bella que la francesa, vemos la suerte de mirarla a los ojos cada día y cuidarla un poco más, que falte le hace. Visto lo visto y que la gabacha es de todos, quizás la de Burgos no sea de nadie y se sienta demasiado arropada ahora que hace ochocientos años. De repente todo son, carantoñas, fotos de familia y adhesiones incondicionales, amén de golpes de pecho. Mejor no imaginar que el fuego hubiese ardido nuestra catedral, que de haber sido así, igual los donativos a la francesa aquí se quedarían en los bolsillos de quienes tanto la arropan y ronronean. No hace falta que se queme para demostrar el amor por algo tan de todos y tan extraordinariamente singular. Esperemos a ver cuanto dinero ponen de su bolsa, los prohombres de esta ciudad que tan lejos la están llevando y que, pasado su cumpleaños casi milenario, quedará olvidada por otras cien primaveras. Dos mil metros cuadrados en seda de color, necesita para ser lo que fue y nadie se atreve a contar. Sin vidrieras, nuestra seo está ciega con nubes en los ojos, lo único que espera es color en sus entrañas. Pasa de homenajes y discursos flojos. Donde estarán los que tanto la protegen y usan de cruzada moderna, que no sueltan la tela para vidriar y darle vida. El precio de ese primer metro cuadrado de vidriera, forjada a fuego y fundida en manos de artesanos, ronda unos 25.000 € y a este coste, llenar de luz rabiosa nuestra vieja dama, necesitaría 50.000.000 €. No es tanto si realmente se la quiere como se dice. A ver quien es el primero que da ejemplo y demuestra lo que la verdad esconde.