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HACE algo más de un año, cuando ninguna epidemia amenazaba el horizonte de nuestra tranquilidad, se presentaba en Burgos un libro dedicado al 50% a repasar la historia de España y a hacer pedagogía sobre las enseñanzas que de nuestro pasado deberíamos aprender. Pero una buena parte del planteamiento de esta Biografía de España, que firman conjuntamente el filósofo José Antonio Marina y el historiador Javier Rambaud, conduce a la conclusión de que estamos a punto de entrar deficientemente preparados, desde el punto de vista de la genética cultural de este país, en la «era del posthumanismo». Estamos llegando a la era de la tecnología y la inteligencia artificial sin haber conocido o asimilado el viaje colectivo que nos ha traido hasta aquí. Marina avisa de la tentación de aolvidar la historia para centrarse en «lo que hay ahora y el futuro». Algo mas que una tentación, en mi opinión, por la fuerza de atracción de la innovación sobre «lo que debe permanecer». Advertía del riesgo de que, llegado el caso, de aquí a 20 años, no seamos capaces de digerir la generalización de sistemas de inteligencia artificial muy potentes que podrían «asumir la toma de decisiones médicas, sociales o políticas» porque «van a tener más datos» y mayor capacidad para analizarlos y obtener conclusiones. Hoy, visto como se está comportando nuestro país con la crisis sanitaria que vivimos y la económica que ya llega, uno se ve tentado a confiarse a cualquier sistema de inteligencia artificial programado para velar por el ciudadano y no por sí mismo.  Marina, filósofo al fin y al cabo, impregna su libro de una teoría sobre la evolución moral según la cual el avance de la sociedad a través de la historia, dejando atrás la ignorancia y las creencias arcaicas, el odio entre las naciones, el hambre y la enfermedad, activa una ética de convivencia universal  «que se caracteriza por el respeto a los derechos individuales, el rechazo a las discriminaciones injustificadas, la confianza en la razón para resolver problemas, la participación en el poder político, las seguridades jurídicas y las políticas de ayuda». Pero ese progreso ético al que alude Marina parece hoy más un ideal que una realidad. Al menos en las capas de nuestra sociedad a las que hemos colocado al frente de los gobiernos para dirigirla. La epidemia que vivimos, efectivamente, sí ha venido a fortalecer esa convivencia universal entre ciudadanos mientras siembra recelo sobre quienes protagonizan un comportamiento «egoísta» que consiste básicamente en «que yo me perjudico perjudicando a otro». La ejemplaridad de quienes actúan como voluntarios, quienes cumplen con su deber o quienes van más allá, no pasará sin dejar huella y ojalá se incruste en la genética cultural de este país en un futuro post-covid.