El Correo de Burgos

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Al lado de Riaño, que vengo de verlo, cualquiera entiende que el agua se marcha por el tragadero. Da cosa mirar un valle mucho más vacío que lleno ahora que se habla del cambio climático. Pero a Manuel que se me ha arrimado mientras yo escanciaba con poco tino, una botella de sidra, no le parece que sea tan grave. Me cuenta que ya han visto el pantano casi vacío, más veces que ésta y que a lo más tardar, en diciembre estará lleno del todo. Hemos hablado un buen rato, de tú a tú, como si nos conociéramos de toda la vida, un tipo sencillo me ha parecido. Agricultor, se queja de que las reses que pastan por los prados, hay que cuidarlas también bajo techo y esto se ha puesto por las nubes. No es que quiera jubilarse pero con cincuenta años y solterón, no tiene nada claro que alguien quiera seguir con sus vacas leonesas con piel marrón de terciopelo. Los españoles abandonan el campo, dejan las cuadras y huertas porque ningún hijo quiere oler a ganado ni a barro. Los chavales quieren ser funcionarios porque les han contado que se vive bien con lo que se gana y tampoco es para matarse, salvo honrosas excepciones. Los que no valen para estudiar o no quieren, caminan por el metaverso y las relaciones interpersonales de la red donde se juega, se desea, se habla y llora detrás de una pantalla de cristal. Las mujeres, afortunadamente y por fín, han llegado a ser tanto o más que los hombres, en el trabajo y el día a día. Pero a costa de pagar un precio muy alto que en la mayoría de las ocasiones, las hace renunciar a ser madres, diez o quince años antes de lo que antaño. Hoy, mañana y pasado, una joven y lozana casadera, recibirá consejos de sus padres que ya serán para entonces, abuelos sin nietos. El mundo, al revés. Todo va demasiado deprisa y cuando te pones a echar cuentas de lo que eras y eres, ves que las historias van a marchas forzadas y pasan en tramos de diez años. Diez han sido los que la última crisis y pandemia nos ha robado a todos. Tenemos diez más sin haberlos saboreado y ojo, que cuando sumas diez, pasas de los treinta a los cuarenta o de los cuarenta a los cincuenta y lo peor, de los cincuenta a los sesenta. Ya eres un viejo prematuro que por mucho que te cuides, llevas tu procesión por dentro. Tengamos la fiesta en paz y que nadie toque nuestro sentido común, con tanto bombardeo de miedos que entran por la puerta y ventanas. No será para tanto, calentar nuestras casas ni llenar las despensas ahora que se empieza a escuchar el ancestral sonido de las cartillas de racionamiento. Que nos dejen tranquilos, que no nos metan miedo.

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