Emigran los fantasmas
LA VICTORIA tiene mil padres y la derrota es huérfana. Así sucede también con las responsabilidades y los gastos, que es mejor que les caigan a otros que no tener que desgastarse en cuestiones poco lucidas. Siempre es más agradable acudir a colocarse medallas que tirar de chequera para resolver un problema y por eso, vemos multitud de cuestiones en las que lavarse las manos es el gesto habitual de las administraciones públicas. Es el caso del patrimonio en peligro de desaparición, de los bienes inmuebles heredados del pasado que pueblan la lista roja que elabora Hispania Nostra y en la que incluye 365 bienes en preocupantes condiciones de deterioro y riesgo de destrucción, según informó este periódico. La provincia en la que la situación es más grave es Burgos, donde 61 edificios históricos están para caerse o ya se han caído del todo. Aquí hay una doble cuestión que resolver. Por un lado se trata de aclarar a quien compete salvar esas edificaciones y con qué prespuesto va a acometer los trabajos, pero por otro lado existe también el reparo de pensar que se estaría enterrando dinero en un entorno que va camino de la desaparición. El problema del patrimonio en peligro es una derivada de la despoblación y como tal agrega sus peculiaridades a esta grave amenaza de futuro para Castilla y León. Burgos es la provincia de España con mayor número de ayuntamientos, con 371, la población se reparte en 1.214 puebos y menos de 20 de ellos superan los mil habitantes. Cada pueblo tiene su iglesia y su ermita, su casa solariega o su rollo jurisdiccional, su molino y su fragua. Todo ello merece ser protegido como parte de nuestra historia y legado. Pero salvar este patrimonio para que lo contemplen las mariposas sin que paralelamente los pueblos cobren vida con la que insuflar algo de aliento a la vida rural puede ser una decisión difícil de tomar. Mejor que sea otro el que se moje y así unos departamentos y otros se pasan la pelota. Unos consejeros y consejeras se ponen de perfil y algunos ministerios nunca cogen el teléfono. Y así las iglesias se deterioran, las ermitas se desploman y los castillos se quedan sin fantasmas porque hasta los espectros emigran. Bonito deporte este de hacer como que nadie tiene responsabilidad y esperar a que la iniciativa privada se movilice. Cada campaña de micromecenazgo popular es un dolor de cabeza menos para alguna diócesis o Diputación. Cada retablo restaurado con las aportaciones de los vecinos es un trance menos por el que tiene que pasar la administración. Y ahora, además, vamos a meter en el saco los vestigios de la guerra como la pirámide de los italianos o la columna de Sagardía, que eso sí que tiene rédito en términos políticos. Pobres pueblos.