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SEPTIEMBRE e incluso octubre, suelen ser buenos meses para el turismo en Burgos, con la particularidad de que cambia el perfil del visitante y ya no son las familias los clientes más asiduos de los restaurantes, hoteles y apartamentos turísticos. Con la vuelta al cole, entre el turismo que llega a Burgos despuntan las parejas de cierta edad, los fanáticos de las escapadas de fin de semana y, especialmente, los visitantes extranjeros, cada vez más formando parte de la avalancha de peregrinos que ha tomado el Camino de Santiago este año. Llama la atención la hilera de mochilas que hacen cola en nombre de sus dueños a las puertas del albergue municipal de peregrinos esperando a que abra sus puertas para asegurarse un alojamiento barato y muy bien situado a la sombra de la Catedral. No les hace gracia a los hoteleros, pero poco pueden hacer. A veces es difícil distinguir a los turistas extranjeros de los peregrinos solo por su indumentaria, pero claramente se les identifica por sus hábitos y horarios. La hostelería burgalesa ha sabido adaptarse con soltura y si hay que servir una paella a la hora de la merienda para algún cliente inglés, se pone y punto para asombro de quienes tapean unas bravas o una ración de morro. Y se les cobra, por muy descalzos que vayan, costumbre esa muy forastera. Ver para creer. También es de nuevo cuño la querencia actual de los turistas, tanto extranjeros como nacionales, por alojarse en apartamentos turísticos. Ni que decir tiene que en esta capital, al igual que en el resto de Castilla y León, han proliferado como las setas de otoño que tanto estamos deseando para este año. El gremio de la construcción y la reforma ha entrado de lleno en el negocio y ya se transforman locales comerciales condenados al cierre perpetuo en atractivas viviendas a pie de calle dedicadas a la explotación turística. Sale a cuenta. Más que tener el dinero en el banco para que se lo coma la inflación. Esta pequeña babel burgalesa está beneficiada por su cercanía con Bilbao, según me reconocía recientemente un escocés que paró en Burgos a la ida y a la vuelta de su viaje por el norte de España, y la influencia de su puerto y su aeropuerto, como ocurre en Segovia, tan cerca de Madrid. Además no parece que vayan a ir a menos porque lo importante es que ya han entrado en los circuitos y se han hecho un nombre entre los turistas extranjeros. Bienvenido sea este motor complementario de nuestra economía tan industrializada porque es un sector muy generador de empleo. Solo cabe esperar que se perpetúe, aunque sea a costa de acostumbrarse a las peculiares costumbres foráneas. Paella para merendar, ver para creer.