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Obituario

José Antonio Abella, todo un coloso

El escritor y escultor burgalés, residente en Segovia desde hace más de treinta años, falleció el viernes 5 de julio en Madrid tras más de dos años luchando contra el cáncer

José Antonio Abella, el pasado mayo, en Burgos.SANTI OTERO

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LA PRIMERA VEZ que escuché el nombre de José Antonio Abella seguramente fue en la redacción del periódico, desde hacía más de una década su presencia en Burgos acompañando a sus novelas era muy frecuente. Y, posiblemente, la primera vez que le tuve cara a cara fue en la presentación de ‘La llanura celeste’, en el Palacio de la Isla en 2019. Apenas le saludé, como a otros tantos escritores, sin saber que aquel hombre de ojos pequeños y gafas de sabio iba a marcar tanto mi vida personal y profesional poco tiempo después, unidos por una amistad profunda y muy sincera, más allá de mi admiración a su fecundo ingenio como artista.

‘La llanura celeste’ fue el primero de los libros que leí de José Antonio. Me gustó tanto que comencé a frecuentar su amplia y jugosa bibliografía. El segundo título que llegó a mis manos, si no me falla la memoria, fue ‘La sonrisa robada’. Fue todo un puñetazo en mi experiencia lectora, una novela emocionante y desgarradora que para algunos es su mejor trabajo y que, esperemos, en breve sea reeditada y llegue a mucho más público.

A partir de ese momento, toda su obra fue haciendo posada en mi mesilla. Volaban las páginas y el deslumbramiento por Abella en aquellos largos ratos de lectura donde una reflexión me visitaba con frecuencia: «¿Por qué este hombre, un escritor de un talento poco frecuente, una prosa brillante y una enorme una riqueza imaginativa -sus obras son todas muy distintas- no tiene el reconocimiento que merece?». Él, con la justa vanidad del creador y la franqueza de un castellano viejo, a veces también se lo preguntaba.

Fue en febrero del año 2020, pocos días antes de que la covid y el confinamiento pararan el mundo, cuando José Antonio y yo comenzamos a tener contacto. A raíz de un reportaje en este periódico donde informaba del proyecto de la película ‘El maestro que prometió el mar’ -que se rodaría tiempo después y donde él colaboraría decisivamente con su asesoramiento en el guion-, desde la asociación Escuela Benaiges de Bañuelos de Bureba me pasaron su contacto y me habló de un libro, capital en su carrera, que iba a publicar meses después: ‘Aquel mar que nunca vimos’, la docunovela de investigación sobre el maestro catalán asesinado en los albores de la Guerra Civil en La Bureba y que ha sido su mayor éxito editorial.

Este libro, más allá de su extraordinaria calidad literaria, a mí me llegó al alma. Porque habla de nuestra historia, de nosotros y de un hilo, escondido y travieso, que une al maestro con mis abuelos Fonso y Agapita, que lo llegaron a conocer. Es una de las obras literarias más importantes que he tenido entre manos y sé que a muchos lectores también les inundó de emoción la historia de estos niños y su maestro que vivían en aquel pequeño pueblo de Las Lomas en una durísima época de la historia de España, siempre llena de espinas.

Desde ese momento, todos sus proyectos literarios y escultóricos -no podemos olvidar la polémica vivida en torno al Diablillo de Segovia- han desfilado por las páginas de El Correo de Burgos. El último fue hace apenas unas semanas, la novela ‘Cáncer Imperátor’, inspirada en su relación con la enfermedad que finalmente ha acabado con su vida.

Todos los que le conocimos, entre otros los que abrazamos su amistad en los últimos años y que él denominaba ‘hermanos en Benaiges’ -fue esa novela la que nos unió-, hoy nos sentimos arrasados por su pérdida. Pero, como él quería y había comentado en más de una ocasión conocedor del carácter incurable de su cáncer, también alegres por lo disfrutado y compartido, que fue mucho y dichoso. Fue un hombre inteligente, noble, generoso, de un fortísimo carácter siempre rabioso con las injusticias y la ignorancia reinante. Fue, en el sentido machadiano del término, un hombre bueno. Y, según él mismo decía, muy afortunado. Para mí, por la fortaleza y el ejemplo que exhibió en los últimos tiempos, todo un coloso. Descanse en paz.

José Antonio Abella Mardones -médico, escultor y escritor-, nació en Burgos en 1956 y falleció el 5 de julio de 2024 en Madrid a los 68 años de edad.